Vecinos de toda la vida
Bilbaínos de cuatro barrios con solera relatan sus razones para no querer marcharse del lugar donde han residido en un ambiente casi familiar desde que nacieron
Hay biografías que arrancan en un lugar y después se convierten en un periplo endiablado con multitud de escalas. De hecho, poca gente se queda a vivir en el mismo barrio donde ha nacido o se ha criado, como si la llegada a la edad adulta estuviese ineludiblemente ligada a un cambio de escenario. Sin embargo, hay personas que nunca abandonan esa especie de burbuja de calles conocidas, tiendas de toda la vida y vecinos que, para bien o para mal, resultan predecibles. Pero los cambios del entorno, favorables muchas veces y nefastos en algunas ocasiones, han obligado a los residentes más arraigados a renovar sus votos con el barrio.
Cuatro bilbaínos que han pasado toda su existencia en el mismo sitio se sinceran sobre los motivos que les ha llevado a quedarse, sobre su orgullo de ser de barrio y sobre esa peculiar relación de amor-odio que han llegado a entablar con el vecindario y que siempre se acaba decantando por el primer término del binomio.
BEGOÑA PACÍN
Otxarkoaga
«Me da rabia la mala fama del barrio»
Cuando se le pregunta a Begoña en qué calle de Otxarkoaga nació, contesta risueña: «En ninguna». Lo cierto es que suena un poco prehistórico decir que cuando viniste al mundo tu barrio no tenía ni calles. «Pues así es, mi madre me parió en el bloque 71, portal 80, 3º», recita orgullosa. Así que no nació en ninguna calle, pero se crió en ella. «De niños, no parábamos en casa y al llegar a la adolescencia, tampoco, porque quedaba con mi cuadrilla en el parque y arreglábamos el mundo», confiesa divertida.
Por eso, cuando decidió irse de casa de sus padres y establecerse con su pareja, hace ya veinte años, no quiso marcharse. «Ni hablar. Allí vive mi madre, por allá mi hermana y en esa zona mi primo», dice mientras señala aquí y allá. Sólo se le ensombrece el rostro cuando se toca el tema de la «mala fama» del barrio. Aunque está muy acostumbrada a ver cómo la gente tuerce el morro cuando dice que vive en Otxarkoaga, no puede evitar molestarse. «Nunca he tenido sensación de inseguridad», recalca.
Para ella, los verdaderos problemas del barrio son otros: la carencia de metro y de polideportivo, la falta de pisos para que la gente joven pueda quedarse y la mejora de la accesibilidad para que los mayores no tengan que irse. «Hay mucho por hacer, pero somos peleones», comenta animada. Begoña todavía tiene mucho de la quinceañera que fue, esa que se afanaba en «arreglar el mundo» con su pandilla. De momento, junto a otros vecinos, ya ha conseguido mejorar su entorno, pues sus demandas -encauzadas a través de la Asociación de Familias- se han traducido, por ejemplo, en un plan para la instalación de ascensores. Por algo se empieza
Fuente El correo
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