Desde Otxar, con amor (2)
CUENTOS CHINOS DE OTXAR
– Bruzz, bruzz, bruzz
– Kua, kua, kua
– Pio, pio, pio
– Klang, klang, klang
Maldita sea, este aparato sólo me recoge los ruidos ambientales. Parece mentira el follón que se monta en el barrio ya desde por la mañana. Que si patos, que si coches, que si pájaros, que si flagonetas abriendo y cerrando puertas… Esto de las flagonetas resulta especialmente insoportable. Y conste que no tengo nada en contra de los gitanos, que son gente muy normal. Claro, muy normal dentro de lo que cabe, sí, pero es que normales dentro de lo que cabe somos todos. Yo misma no me considero muy normal, porque esto de fabricar microrreceptores con la intención de capturar imagen y voz de la gente que pasa por la calle… pues en fin, no me parece que entre dentro de la media… Y menos aquí, en Otxar. Aunque la verdad es que en Otxar, si escarbas un poco, hay cada elemento que para qué.
Bueno, que se me va la olla. Un poquito más de concentración. A ver si dándole al Mode Finger mejora algo esto.
– Klang, kataklang
– Pratapún prun
– ¡Jozéeee!
– ¿Quéeee?
– Kataklang
– ¡Baja la taleguilla!
– Kataklong
– ¿Quéeeeee?
– Kataklung
– ¡Jozéeeee!
La madre que los… ¡Podrían dejar de abrir y cerrar la maldita puerta de la flagoneta! Vamos, digo yo. O que la abran y metan las cosas o que la cierren y se larguen, pero sólo una vez cada estruendo, por favor, que no le veo el sentido. Francamente, los seres humanos hacemos muchas cosas irracionales, si lo sabré yo, pero es que esto ya se pasa de castaño oscuro. Voy a quitar el sonido para no volverme loca. Mientras tanto aprovecharé para estudiar el tema técnico. A ver cómo arreglamos este caos.
– ¡TRAMBA PATRAMBA PATRAKA!
– ¡TRAMBA PATRAMBA PATRAKA!
– ¡TRAMBA PATRAMBA PATRAKA KRUJ!
¡Uy! Lo siento, lo siento, pero este horrible escándalo no ha sido culpa mía. Es que a esta hora el vecino de arriba se dedica a abrir sus tres persianitas. He dicho bien: persianitas. Porque el vecino de arriba tiene tres ventanitas, igual que yo, con sus tres persianitas, igualito que yo misma. Pero lo que el vecino de arriba no tiene igual que yo son sus enormes manazas y su intento diario de abrir las persianas de un solo tirón. Es más basto que la paja del haba. Todo lo que consigue es recargarme las neuronas con un odio asesino y, de vez en cuando, atrancar alguna persianita en la caja la persiana. De hecho estoy casi segura de que su tercera persianita se ha encallado completamente. No hay más que escuchar el KRUJ ése final. Me apuesto el bigote del hombre a que a media mañana aparece por aquí el persianero. Porque encima el muy basto es tan inútil que no sabe ni abrir la caja la persiana. Le saldría mucho más barato cambiar toda la instalación, no sé, incluso cambiar las ventanas enteras… pero como es tan animal, sigue pagando al persianero, día sí, día también, los cincuenta euros mínimo con que te fulmina cada vez que le llamas. Lo sé por experiencia propia. No me quiero ni acordar.
No me quiero ni acordar, pero me acuerdo. Así funciona mi cerebro. Espero que los demás también. Bueno, no, rectifico, espero que no, por el bien de la humanidad. La cuestión es que no puedo evitar acordarme de cuando tuve que llamar al persianero. ¡Una ingeniera como yo! Qué vergüenza, señor.
– ¡María, qué le pasa a esta puta persiana!
– ¡Espera un poco, que ya voy!
– ¡Que no anda!
– ¡No toques nada!
– ¡TRAMBA PATRAMBA KRAJ KRUJ KRIJ PLAF!
Lo rompió todo. Pero todo, todo. El hombre mío no hay por donde cogerlo. Ni por arriba ni por abajo ni por en medio. Para empezar se empeña en llamarme María, que sabe que me molesta un montón. A él le hace muchísima gracia. Yo me vengo de él llamándole el hombre, qué se habrá creído. Además es lo que es. No es ni siquiera un hombre. Es el hombre, así como suena. Algo muy bruto y dolorosamente personal. En fin, cada una supongo que tiene lo que se merece. Una amiga me explicó eso del karma. Resumiendo, que en alguna vida anterior he debido hacer las cosas muy mal, muy mal, pero que muy mal… Qué le vamos a hacer, a apechugar tocan. Pero… a lo que iba, que el muy animal se cargó la persiana del todo. Estiró el hombre tan cerdamente, tan de costado, y tan de mala leche que… Mejor lo explico con la factura del persianero:
Sustitución completa de correa (tres puntos de rotura)…………………. 22 euros
Recolocación de rodillo y entuercado……………………………………… 7 euros
Cambio de listones de PVC (diez rotos, tres salidos, dos aplastados)…15 euros
Apertura y cierre de caja y tabulación del cofre………………………….. 12 euros
Mano de obra………………………………………………………………… 50 euros
Salida urgente……………………………………………………………….. 6 euros
Total, una pasta. Menos mal que el hombre está forrado. No, no es persianero, es evidente, pero es taxista, que aunque no llegue a los mismos niveles de lujuria eurótica de los persianeros, tampoco está tan mal. Me llevé un buen bochorno porque se supone que soy ingeniera (eso dice el hombre a todo el mundo; estoy segura de que se lo cuenta hasta a los clientes del taxi, hola, a donde vamos, mi mujer es ingeniera…), que no lo soy, sino física. Pero apañadita, un rato. El hombre se empeñó en llamar al persianero… ¡Pero dejemos este horrible asunto! ¿En qué estaba? Ah, en la afinación de los componentes sónicos del aparato. De acuerdo, necesito un filtro mucho más sofisticado del que tengo. Cuanto más caro, mejor. Voy a mirar por Internet…
– ¡Vecina, me puede cuidar al niño cinco minutos!
– No, lo siento mucho, estoy muy ocupada
– ¡Vecina, que son sólo cinco minutos!
– Lo siento mucho, de verdad. En otro momento…
– Ay, qué malahe
Todo el mal ángel que quieras, caradura, pero esta mañanita es todita para mí. ¡Ah, qué bien me lo voy a pasar! No hay nada como tener un objetivo claro en esta vida. Y el mío radica en espiar las conversaciones de los demás. Sobre todo las de esas tres mujeres que dan su paseo terapéutico todos los días de siete a ocho. Qué viciosilla soy. A ver qué dice el Google.
Alberto Arzua
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