Desde Otxar, con amor (7)
Cuentos chinos de Otxar
– ¡¡UUUUUAAAARRRGGGHHHH!!
Atención, que se despierta el hombre.
– ¡TRAM! ¡CLAN! ¡PLAS! ¡PORRÓN!
Se prepara para sus abluciones. Vayamos a la cocina discretamente. Puerta cerrada, mejor.
– ¡TRAFLA! ¡MUFLA! ¡CORRÓN CORRÓN!
Son las cañerías. Lo siento. Aquí las cosas son así.
– ¡TRAMPANCHÚ!
Que quiere que le acerque el champú.
– ¡TRAPLÁN!
Ya se lo he dado. Y voy a dejarme de ruidos, que tengo que calentarle la comida-cena. Son las siete de la tarde. Su segunda y única comida del día. A menos que me engañe y se vaya por ahí de juerga en medio de su turno y se coma un pollito asado en una cervecera. No me extrañaría. Como tampoco me extrañaría lo contrario. El hombre resulta difícil de entender. Más que de entender, de explicar. ¿Qué hago yo aquí? Física electrónica casada con burdo taxista, a quien no ama más que lo estrictamente necesario. Me divierte. Me hacer reír. Complace mis deseos. Me deja mucho sola. La verdad es que me quejo de vicio. El hombre no está tan mal.
– ¡Joder!
Esto le gusta mucho. Decir y hacer. Siempre es una ventaja.
– ¡Qué hay para comer!
Eso es lo que quiere mi cielito.
– ¡Porque no tengo tiempo, que si no…!
Le doy todo lo que me pide. Siempre con alguna sorpresita. Le gustan mucho las sorpresitas. Después…
– ¡Joder, qué bien se come en esta casa!
La verdad es que sí.
– ¡Pero el curro es el curro!
Unos besos y agarrones, breves pero intensos, y se va. Tengo cinco minutos antes de salir a buscar a la niña. Me visto. Algo de una fiesta de un amiguito… ¿Qué tal te lo has pasado? Bah, no era nada, se habían quedado a estudiar. ¿Qué estarían haciendo de verdad? Mi hija es capaz de cualquier cosa. Siempre dentro de su edad, que tampoco es para tanto. Creo que habían quedado en casa del de la oreja, o sea que vendrá con olor a ajo. Porque aquella señora horrible olía a sofrito de ajo. Nada, que mi hija le había mordido a su hijo. Una bobada. Hay veces que te preocupas por cada cosa…
– ¿Mamá, hay lechuga para cenar?
Perdonen que la niña no salude, pero es que ha heredado cosas de su padre. Además, se hace muy pesada con sus obsesiones. Una de ellas, la lechuga. Lechuga a todas horas. Si no hay, valen berros, pero no escarola, por ejemplo. Nos vamos haciendo a la idea. Muchas manías. Bueno, muchas no, pero sí muy persistentes. Como su padre. ¿Dónde estará ahora?
– ¿Papá está en el taxi?
Lo sabe de sobra, pero necesita preguntarlo, delimitar bien la situación antes de tomar decisión alguna. La conozco como si la hubiera parido. Ahora mismo está dudando entre si hacerse la buena o hacerse la chula conmigo. Intenta calibrar con cuál de las dos actitudes conseguirá más ventajas. Supongo que, en el fondo, todos somos así. Lo pasa es que mi hija es una actriz nata. Se cree su papel. Muy peligrosa.
– ¿Puedo ver Operación Triunfo?
Hoy viene de buenas. Pide permiso y todo.
– ¿Ha dejado algo papá?
Tiene siete años. Pero unas veces parece de cuatro y, otras, de trece. Es hija de una genio, yo, y de un patán honrado, el hombre. Lo digo por resumir. Yo la veo como una cosa maravillosa que en cualquier momento puede explotar. Que soy miedosa. No me gusta ser miedosa pero es que… algunos defectos ya tengo. Prefiero no hablar de mí. Voy a acostar a la cría.
– ¿Te vienes a ver Operación Triunfo, mamá?
Mejor que se acueste sola, porque a mí la televisión me da sueño. Y ahora no quiero dormirme. Tengo previsto meterme en una subasta de Internet par comprar un para de estabilizadores Johnson. Se me nota que estoy nerviosa. Es que no consigo un buen control del aparato en una zona angular precisa y, a la vez, muy difícil de delimitar. Tengo problemas técnicos, en fin. ¡Un problema es un problema! Me parece que voy a ver Operación Triunfo. Por cierto, resumen necesario de cada día: mi objetivo ya está conseguido, se oye lo que dicen las señoras del paseo diario. Falta el correcto manejo de la imagen.
Nota: he visto a una de ellas, sola. Experiencia interesante. La del pañuelo madres de mayo. Es necesario verlas, cuando hablan. La voz sin la expresión no me satisface. Ya pasaron los tiempos de la radio.
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