Desde Otxar con amor (8)
– ¡Maria, que me han robado el taxi!
Tranquila. Respira hondo. No hay que ponerse nerviosa. Será otra tontería del hombre. Ante todo, mucha calma.
– ¡¡¡¡ ¿¿¿Queeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeé??? !!!!
Lo siento, lo siento. Pocas veces me dejo llevar por… por mí misma. Habrá un motivo, una razón, algo sensato dentro de la habitual locura hombruna… Qué cansancio, me temo que voy a tener que explicar todo esto. Primero para entenderlo yo, y segundo para todo aquél que me esté escuchando. Porque estoy convencida de que alguien me está escuchando.
¡COÑO, ME HA PILLADO! ¡Y YO QUE HABÍA JURADO MANTENERME AL MARGEN! CONFIESO QUE LA AMO. Y QUE LA ESTOY ESCUCHANDO CON UN APARATILLO. DESAPAREZCO OTRA VEZ PARA SIEMPRE.
Pero no escucharme en plan micrófono, como hago yo con las señoras, no, que tontería. Los que me escuchan es como si pulularan a mi alrededor, en forma de partículas o así. Partículas en cada una de las cuales cabe un mundo. Mundos que no alcanzo a imaginar, pero que veo de lejos y atisbo gozosamente. ¡Yo sola pensando y mil mundos escuchando! Supongo que estarán más o menos de acuerdo conmigo en todo. Si no ya se habrían ido a otra parte.
Me gusta mucho pensar hablando. No sé si me explico: no es lo mismo hablar diciendo pensamientos que pensar con palabras, hablando. De momento no lo hago en alto, faltaría más.
– ¡Que me han robado el taxi!
Como siga chillando voy a colgarle el teléfono.
– ¡María!
Que todo el mundo sepa que no me llamo María. Me cabrea su insistencia pero, a la vez, me da igual, o sea que le hago esperar un poco. Que sufra.
– ¡María, que me han robado el taxi!
Vale, vale, pero que se calle de una vez. A las personas normales no les roban el taxi. Voy a darle cancha.
– ¿No lo dirás de verdad?
Con la gente simple hay que seguir el protocolo. A preguntas tontas, respuestas tontas. Es lo que esperan. Si respondes algo inteligente se quedan descolocados.
– ¡María, no estoy borracho!
Habrá que creerle. No se ha emborrachado en su vida. Cuando me lo dieron, al hombre éste, como caído del… del centro de la tierra, por lo menos, venía bastante puro. Y por mi alma que lo entregaré puro. Donde sea y a quien sea. No será difícil: carece de malicia. Nunca hará maldades. No piensa. Si dice que le han robado el taxi es porque le han robado el taxi. Pobrecito. Me ablandaré un poco, qué fatiga. Al trapo.
– ¡Ya sé que no estás borracho! ¡Y no me chilles!
– Perdona
– ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está el taxi?
– A mí no me ha pasado nada
– Ya supongo. ¿Me lo cuentas o qué?
– Había ido a coger las maletas de un cliente…
– ¿Qué tú habías ido a coger las maletas de un cliente?
– Sí
– Si tú nunca haces eso
– Pero, joder, era un cliente…
– ¿No estaría alojado en un prostíbulo?
– ¡María!
– En una casa de putas, ¿me entiendes?
– María…
Nada como un ataque directo para confirmar las sospechas. El segundo María no se lo cree ni él. Que siga.
– Sigue
– Era un hotel normal y, al salir, el taxi no estaba
– Te lo han robado. ¿Qué has hecho?
– Lo he buscado. No sabía qué hacer. Era imposible
– ¿Has llamado a la policía?
– Sí, me lo aconsejaron las chicas. Ahora están llegando
– ¿Quién llega? ¿Qué chicas?
– Te tengo que dejar. Te llamo luego
O sea que se corroboran mis barruntos: el susodicho hombre se va de jarana de vez en cuando. Y esta vez le han pillado el taxi. Vete a saber si no lo ha perdido en alguna apuesta. Porque sano es un rato, pero asno también, igual que un borriquito. Muy vasco el hombre, apostador compulsivo. Vuelve a llamar. Pues que no cuelgue.
– María, que les están llamando a los policías…
– ¿Quién a quién?
– Y dicen que han encontrado un coche…
– ¿Los policías?
– Que puede ser el mío…
– ¿Cómo dicen que es? ¿Cómo está? Pregúntales
– Te tengo que colgar, que me voy con ellos. Te prometo que te llamo cuando acabe todo esto
Lástima. Me apetecía saber precisamente en qué acaba todo esto. Si al final vence la razón o el caos. Habrá que esperar al próximo capítulo.
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