Desde Otxar con amor (9)
Cuando el hombre promete algo es porque no lo va a hacer. Y esto no quiere decir que el hombre sea una mala persona, que no, que no lo es. Bueno del todo tampoco, faltaría más. Normalillo, tirando a tontorrón. Pero cuando promete algo, seguro que no lo cumple. Habla la experiencia. Posee una especie de mecanismo compulsivo que le hace prometer cosas cuando se encuentra acorralado o en momentos de mucha tensión.
– ¡Papá, papá, has venido, has venido!
– Hola hijita, hola. Dame un besito, que papa está cansado
– ¡El regalo, el regalo!
– ¿Eh?
– ¡El regalo, el regalo!
– ¿Qué dices? Para de chillar un poco…
– ¡Me prometiste un regalo de Madrid!
– ¿Seguro?
– ¡El regalo, el regalo!
– Es que no creo que…
– ¡Mamá! ¡Papá no me ha traído el regalo!
– Calla, hija, que ya te daré otro regalo
– ¡El regalo de Madrid! ¡Yo quiero el regalo de Madrid!
– Hija, que no he podido, no he tenido tiempo
– ¡Se te ha olvidado! ¡Buuuuuuaaaaaaaa!
– Calla, calla, hija, para de llorar, que te compro lo que quieras
– ¡Mamá! ¡Mamá!
– Calla, por favor. ¿Qué es lo que más quieres?
– ¡El regalo de Madrid! ¡El regalo de Madrid! ¡Buaaaa!
– Calla, calla, por favor, escucha. Pídeme lo que quieras
– Vale. Quiero ir a Port Aventura
– Hecho. Ves qué fácil. Vamos a ir tú y yo a Port Aventura
– ¡Qué bien! ¿Cuándo?
– Muy pronto. En cuanto tenga dos días libres
– ¡Viva! ¡Viva! ¡Mamá!
– Deja a mamá tranquila. Además creo que se ha ido en cuanto has empezado a chillar. Siempre hace lo mismo
– Ya lo sé. Dile que ya he parado.
En cuanto ha prometido lo que ha prometido, se le produce una relajación cerebral de tal calibre, una distensión al parecer tan placentera, que lo primero que se le ablanda es el recuerdo de la promesa dada.
– ¿Cuándo le has dicho tú a la niña que la vas a llevar a Port Aventura?
– ¿Yo? ¡En la vida! Primera noticia
– ¡Ah! ¿Nuestra hija miente, entonces?
– ¿La niña? ¿La niña ha dicho que yo le he dicho…?
– Que le vas a llevar a Port Aventura. Y está como loca. Y me está volviendo loca. No conoce todavía a su padre
– Se lo ha inventado. Ya sabes cómo es
– No será que cuando te olvidaste de su regalo de Madrid…
– ¿Qué pasa con el regalo?
– La bronca que te montó, que yo me tuve que ir de casa…
– ¡Pero si le he hecho un regalo mucho mejor!
– Eso no tiene nada que ver. Le has prometido algo a una niña
– ¡Que te digo que no! Se lo ha inventado
– ¿Estás llamando mentirosa a mi hija?
– Hombre, algo mentirosilla sí que es
– ¡Acabáramos! La culpa, a los demás, como siempre
– Yo no estoy echando la culpa a nadie… Sólo digo que…
– Que eres un mentiroso
– ¿Yo? ¡Qué dices! ¿Por qué?
Pues porque he vivido esta situación infinidad de veces. Prometo y olvido. Ya ni me enfado.
– ¿Qué yo he dicho qué cuándo?
– Ya empezamos…
– ¡En la vida he prometido yo eso!
– Tendría que grabar nuestras conversaciones…
– Venga, venga, vale, hazte un invento de los tuyos, pon unos micros por la casa, grábame cagando…
– En eso estaba yo pensando…
No se me ocurriría grabar nuestras conversaciones ni harta de CocaCola. ¡Valiente aburrimiento! Mentiras… obviedades… más obviedades… más mentiras… Bastante tengo con soportarlas en directo… Uy, se me está ocurriendo la tontería de que estaría bien tenerle al hombre éste en diferido, como los programas de la tele. Tú estás a lo tuyo, por ejemplo, despreocupada y, mientras tanto, grabas la relación con el hombre. Ninguna emoción, ninguna petardada, ninguna mala respuesta, todo para el disco duro. Y cuando quieres, buscas en el DVD lo que necesitas. Por ejemplo, a ver qué me dijo ayer de donde me iba a dejar el dinero. O si te pica el equilátero, pillas una buena grabación de porno casero y la repites las veces que haga falta. Seguro que se le puede borrar la cara con el Photoshop. La vida en diferido. Será cuestión de investigarlo. Por ejemplo, de dónde saco a la doble para que haga mis escenas. Porque yo me niego a interpretar en directo, de hecho ahí está la ventaja, en poder elegir lo que te gusta de tu vida pero sin haberla vivido, no sé si me explico. O sea, tú grabas todo lo que te pasa, pero sin estar tú, claro. Luego le das al play y eliges la escena. El invento te permitiría escoger entre verla solamente o vivirla del todo. Primero la ves… y si te convence, la vives. Por ejemplo, el pollo de los viernes en la cervecera. Es algo que me gusta, me parece bien, nunca me canso. Pues lo recupero, pero por ejemplo un martes a media mañana, cuando hace hambre de verdad. Y quien dice la cervecera dice cualquier otra cosa. Esto sí, esto no. Vale, llevo la niña al colegio, vale, hago la compra, pero no, no, hoy la comida no la hago, rebobínate una del mes pasado, que era temporada de grelos y te gustan mucho.
Ya sé que no es posible, tan chalada no estoy, pero eso de llevar completamente y a posteriori el control de tu vida… Me parece que este es un tema a tratar con algún pensador, con esa gente de letras. A ver si le llamo un día de estos a aquel catedrático de filosofía tan mono que conocí en no sé dónde. Tengo el teléfono en algún lado. Y, hablando de teléfonos, al hombre ni se le ocurre llamar tal y como lo había prometido. Y yo como una idiota preocupándome. Me gustaría poder darle a un botón y pasar hacia delante estas horas que me quedan de incertidumbre hasta verlo aparecer, a las cuatro de la mañana, con cara de sorpresa.
– ¿Qué haces levantada?
– ¡Me habías prometido que me llamarías para contarme lo del coche!
– ¿Yo?
En fin, este sería un momento ideal para darle a la tecla del STOP.
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