Desde Otx con amor (12)
Nadie es perfecto. No quiero parecerme a nadie.
Y digo esto tan inteligente (que se me ha ocurrido a mí sola) porque no me gustaría que estos artículos míos (de los cuales éste es la segunda entrega) se compararan con los escritos por personalidades tales como Juan José Millás, Manuel Alcántara o Francisco Umbral (Q.E.P.D.). Prefiero que en lo que yo escribo no se busque la excelencia, ni siquiera la exactitud ni la precisión. Me agradaría que no se buscase nada, sino más bien que se encontrase, como quien encuentra una piedra masticando las lentejas. Por ejemplo, se supone que un buen articulista debe evitar los paréntesis, y yo ya llevo tres (con éste, cuatro).
O sea, querido lector, que si una de tus aficiones favoritas es criticar, te encuentras en el lugar adecuado. Aquí se permite criticar por arriba, por abajo, por en medio y por detrás, que es como más les gusta a los hombres. Digamos por ejemplo que, en un artículo anunciado como “sólo para niños”, apareciera la palabra “culo” dos veces y la palabra “teta”, tres, amén de varias menciones escatológicas más y algún asesinato suelto. Todo ello es tremendamente criticable, lo acepto, merezco la cruz y el rasgado de camisetas. Pónganme ustedes de vuelta y media cuantas veces quieran pero, por favor, háganlo con ritmo y coordinación para poder conseguir un bronceado homogéneo. ¡Preparen sus espingardas, torerotes, que aquí les espero con el capote flojo!
– ¡Guarra! ¡Puta! ¡Zurriagona!
– Gracias, gracias. Me va su estilo, señor
– ¡Asquerosa! ¡Chula! ¡Cerda!
– No está mal como idea, pero es poco original
– ¡Milonga! ¡Churra! ¡Chinchorta!
– Excelente, excelente. Modifique un poco el tono, por probar
– Le diré confidencialmente que me pone usted cachondo
– ¡Oh! Ya entiendo. Pues mejor le dejo a solas
Esto promete. De verdad que lo digo. Pero ya me percato de que no me puedo pasar la vida hablando de mí misma, sería demasiado aburrido. Y a la regla número uno del escritor, no aburrir, todavía no he conseguido hincarle el diente. Aunque no estaría mal. Veamos… Por intentar que no quede… No quiero hablar de mí… Pretendo aburrir (más que nada, por ver qué pasa)… Busquemos algo muy alejado de mí misma… Y que sea muy aburrido… En el periódico, por ejemplo… A ver… Página tal, remodelado del alcantarillado en la Peña… No, demasiadas posibilidades subterráneas… A ver… Página cual, la crisis financiera va a ser peor todavía que el cambio climático… No, no, esto lo dejaremos para otro día… Página suelta, una famosa periodista acaba de publicar un libro acerca de la reina… ¡La reina! ¿Qué hay más alejado de mí? ¡La reina! ¡Me viene de rechupete! ¡Observen la cara de la reina! ¿Qué les sugiere? ¡Aburrición total! Vamos allá.
– Señora escritora, un momento por favor
– ¿Sí?
– Este tema está prohibido
– No creo
– Implícitamente prohibido
– Ah, pues lo haremos explícito
– Le recuerdo que la constitución…
– ¡Ixilik!
Dice aquí que la reina no se estresa nunca. Le preguntan si se enfada mucho debido a los continuos ataques a que se ve sometida la Casa Real. Y ella responde que no, que enfadarse sólo sirve para dar satisfacción a los maledicentes y para enfermarse una misma. Tremenda respuesta. De verdad que, en este sentido, me gustaría ser como la reina. Pero no hay nada más alejado de una personalidad autocontrolada y ecuánime que yo misma. Por eso me admira tanto la respuesta de la reina. O está mintiendo, o tiene sangre de chocolate, o hace yoga… Perdonen, pero suena el teléfono. ¡Ahí va! ¡En el identificador de llamada pone “Casa Real” y un dibujito con una corona! ¡Ahí va qué divertido! Por cierto que esto me rompe el esquema del supuesto artículo aburrido. No importa, porque… Ya, ya, ya, ya voy, ya voy. Ya cojo, ya cojo, no se estresen ustedes. Respiro hondo.
– ¿Dígame?
– Le habla la Casa Real
– ¿Sí? ¿Qué piso?
– Planta baja. Control de entradas y salidas
– Encantada. Dígame
– Está usted escribiendo un artículo acerca de la reina. ¿Cierto?
– ¿Cómo lo sabe?
– Tenemos nuestros métodos
– Claro. ¿Y qué quiere usted?
– Comunicarle que la reina hace yoga
– Ah. Gracias. Ya lo suponía
– Creo que le vendrá bien para su artículo
– ¿Lo dice porque el yoga es aburrido?
– ¡Clonc!
¡Qué modales! En fin, supongo que están en su derecho constitucional de ser maleducados. Ley Adjunta al Principio Monárquico Fundamental, apartado final, párrafo de en medio: “El control de entradas y salidas de la Casa Real se comportará con exquisito tacto y ninguna deferencia”. Supongo. Hoy en día todo está regulado. Riiiiiín.
– ¿Señora?
– ¿Sí?
– Que se ha cortado
– Ya me parecía a mí
– Nos gustaría que tuviera usted en cuentas nuestras sugerencias
– Me lo pensaré
– Pase usted un buen día
– Igual
Menos mal. Pero basta con que me hagan una sugerencia para que no me apetezca nada ni sugerirlo siquiera. Aunque como han sido tan amables… diré que la reina hace yoga con el maestro Ramiro Calle, y que éste tiene entre sus discípulos favoritos a un tal Rodrigo Rato. Es para partirse de la diversión. Fin del artículo.
Ustedes dirán si lo he logrado.
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