Desde Otx, con amor (16 ½)
Como suele comentar la señora del foulard: “Yo no sé qué es eso de las chabolas, ni de los marginales, ni de los pobres; yo vivía allí tan ricamente aunque, eso sí, no teníamos agua”. Pues eso.
Mis recuerdos infantiles de burguesita bilbaína se reducen a la inconcreta visión de gente oscura pululando por los bajos del puente de Deusto. Nunca me planteé que vivieran allí. O sí. Creo que me daban un poco de miedo. Yo iba a las barracas con mi mamá, toda mona vestidita. A los pobres no se les veía. Ni se les miraba, supongo. Eran feos y peligrosos.
Ahora lo lamento, claro. Tengo mala conciencia. Con que me fui a ver el documental Ocharcoaga al centro cívico. Allí estaban los jovencitos de pelos raros de siempre, que me dan muy buen rollito, y el personal expectante rozando la media entrada.
Empieza la peli y pienso: voy a sacar alguna foto con el móvil, para que quede constancia y que me crea la gente que he estado. Me cambio de sitio para que nadie se mosquee con mis manipulaciones fotomóviles.
El cortometraje empieza bien, sigue estupendamente… y acaba enseguida, como su propio nombre indica. La calidad de las imágenes es excelente. La voz en off, estilo NODO, hace gracia. Se adivina que el director ha intentado introducir cierta denuncia social, pero que no le han dejado. El tono general es: antes había cosas que no estaban muy bien, pero ahora todo es maravilloso. En fin, nada que incite a la revolución violenta. Habrá que leer entre líneas.
Salen casitas, no muy chungas, mujeres yendo a por agua, boinistas mirando a la cámara, niños corriendo muy contentos (como todos los niños)… De repente un señor que estaba delante de mí se levanta y se pone a gritar como un loco.
– ¡Soy yo, soy yo!
La gente le chista. Cállate, hombre. Chssssst. Pero no.
– ¡Pare, pare, que soy yo!
La gente le apoya (la gente es muy inconstante). Los chicos de pelos raros paran la proyección.
– ¿Qué pasa, señor?
– ¡Que soy yo! ¡Que soy yo!
– ¿Se ha visto usted en la pantalla?
– ¡Que sí, que sí, que soy yo!
– Bien, echamos un poco para atrás y usted nos dirá…
– ¡Qué emoción!
Con que le dan para atrás a la cinta. El señor está de pie, muy excitado. El público no sabe si mirar a la pantalla o al improvisado showman.
– ¡Pare, pare!
– ¿Aquí?
– ¡Sí, pare!
– ¿Quién es usted?
– El primero de la derecha, a ver…
– ¿El del pantalón corto?
– ¡Ah, no, que no! ¡Que no soy yo!
La gente duda entre partirse el culo de la risa o abuchear al tipo. Hacen las dos cosas. El señor se enfada.
– ¡Vaya mierda de peli!
Y se va, entre el carcajeo general. Pobre señor. Siguen echando la cosa. Se ve el nuevo Ocharcoaga (que, según el locutor, significa en vascuence lugar de flores amarillas), fotografiado de modo tal que parece Manhattan antes del 11-S. Todo muy revelador. Aprovecho la tensión ambiental y residual para hacer algunas fotitos. Enseguida se acaba. Todo muy bonito. Salimos despacio. En la calle me ato el abrigo, que hace frío.
– Señora…
– ¿Sí?
– Acompáñeme, por favor
– ¿Qué dice?
– La he visto haciendo fotos en el cine…
– ¿Y qué?
– Está totalmente prohibido
– Déjeme en paz
– Le puedo denunciar a la policía si no…
– ¿Si no… qué?
– Venga por aquí…
– ¿Para qué?
Resumiendo, que el muy gorrino quería aprovecharse de mí con la disculpa de las fotitos. ¡Mira que hay gente asquerosa en este mundo! No sé si ustedes saben que el Ayuntamiento ha organizado cursos de defensa personal para mujeres. Son unas clases estupendas, se aprende cantidad. El hombre éste, el acosador, se fue a casa ya cenado. Le dejé los arraultzes frijitus.
Recomiendo vivamente la asistencia a la proyección del documental Ocharcoaga. Es poco lo que se ve, pero muy emocionante.
Alberto Arzua
¿La parte final del artícula es verídica? Porque es una auténtica vergüenza; la siguiente vez hazle una foto con el móvil a él y ponga en la web.