Un equipo del programa Japan All Stars estuvo los días 6 y 7 de octubre en Euskadi con el objeto de recoger con sus cámaras algunas de las muestras más significativas de la cultura japonesa implantadas entre nosotros. Además de un encuentro con Agurtzane Macías y de la demostración de Kamishibai con la que deleitó, en el Centro Cívico de Otxarkoaga, a un entregado y absorto auditorio infantil dentro de la LUDOTEKA.
Aprovechando la ocasión, EuskadiAsia realizó una breve entrevista a Agurtzane sobre el desconocido mundo del kamishibai. De esta forma, el equipo formado Terumi Moriya (coordinador), Daiju Nakajima (Operador de cámara) y Kazuyuki Yamashita (Director) se desplazaron a diferentes puntos de nuestra geografía y grabaron in situ Agurtzane,
– ¿Podrías explicarme qué es el kamishibai?, ¿cuáles son sus rasgos característicos?
– El kamishibai es una técnica para contar historias muy popular en Japón. Para ello utiliza como soporte un pequeño teatro con 3 puertas y una serie de láminas con dibujos que se presentan al público. Al dorso de cada lámina figura el texto donde se narra lo que sucede en cada una de ellas. Las historias suelen constar de un máximo de 16 láminas que se van presentando en orden. En la actualidad suele estar dirigido a niños a partir de los 3 años.
– ¿Nos podrías relatar la historia de esta disciplina artística?, ¿cuál es el origen de la misma?
– Posiblemente la costumbre de contar historias tenga su origen desde hace miles de años, incluso en los tiempos en los que no existía lenguaje escrito. En la corte imperial del periodo Heian (794-1192) era algo corriente, sobre todo, entre las damas, que se deleitaban tanto relatando como escuchando. Por otro lado, la escritura se desarrolló a partir de los caracteres chinos y era extremadamente complicada, por lo que no todo el mundo la conocía y dominaba. Por ello, la narrativa escrita comenzó a acompañarse con imágenes que ilustraban los pasajes más importantes del relato. El kamishibai actual surgió en los años 20 y tuvo su gran apogeo y su razón de ser sobre todo a raíz de la Segunda Guerra Mundial, cuando Japón quedó totalmente destruido y, como resultado, una gran cantidad de personas empobrecidas. Este arte constituía una manera de ganarse la vida, llegando a ser incluso una autentica empresa de conveniencia, a veces familiar, ya que el narrador no siempre era el dueño de sus láminas o de su propia bicicleta. En estos casos se alquilaba el vehículo y se pagaba al dibujante. El espectáculo era gratuito y la ganancia se obtenía de la venta de golosinas, o incluso de delicatesen, que los chiquillos debían comprar si querían ver la función en primera fila. Si no podían comprar nada se les permitía verlo, pero de lejos…
– ¿Cuáles han sido las circunstancias que te han llevado a profundizar en el kamishibai?
– En realidad yo soy actriz. Me gano la vida trabajando en una oficina, pero me apasiona el mundo de la interpretación. Hace cerca de 2 años descubrí esta técnica y me enamoré de ella. Busqué una bicicleta, instalé el teatrillo y los cajones, conseguí los palos de madera o hyoshigi y pedí el material impreso a una editorial japonesa. En la actualidad tengo una veintena de cuentos y estoy en proceso de crear mis propias versiones, buscando historias procedentes de todos los países, aparte de seguir experimentando en la labor interpretativa, creando personajes ficticios que me ayuden a generar el clima adecuado y tratando en todo momento de ser fiel a la manera tradicional de hacer kamishibai en su lugar de origen, en Japón.
– ¿Existe algún paralelismo entre el kamishibai y el arte del Cuenta Cuento occidental?
– Siempre existe un paralelismo en la intención, en el propio placer por contar y escuchar, aunque la práctica tenga elementos que la hacen distinta. El cuento tradicional occidental es una especie de novela adaptada al desarrollo infantil, en la cual todo se describe para que cada uno cree su propio escenario, incluso puede imaginarse como protagonista del mismo. No así en el caso del kamishibai, donde el propio teatro crea una barrera clara entre el mundo real y el ficticio. En el kamishibai no se describen situaciones o personajes. Solo se cuenta una historia. Ésta llega a todas la personas por igual y los dibujos, grandes, sin elementos que confundan o distraigan, consiguen captar la atención del espectador. El narrador, en realidad, interpreta el cuento, por lo que puede preparar la actuación a su gusto, enfatizando según lo que quiera trasmitir y el grado de emoción que quiera crear. Puede ir más rápido, más lento, congelar una imagen o darle distintos efectos al dibujo. En ese aspecto el kamishibai es mucho más versátil que el cuenta cuentos tradicional. En realidad, no es un cuento, no es una historieta de comic, no es una película… Esa es su magia.
– ¿Cuál es la reacción del público ante tus representaciones?
– Esa es una de las mayores satisfacciones porque generalmente todo el mundo empieza más o menos atento, continúa con la boca abierta y acaba con una amplia sonrisa. Entre todas estas expresiones y gestos no falta algún grito si la historia es de miedo, la risas, las preguntas o respuestas, la sorpresa, las lágrimas y al final los aplausos. De mención especial son los adultos. A todos les acompaña su propio niño interior…
– ¿Crees que el kamishibai puede tener asentamiento en nuestras sociedades modernas?
No solo asentamiento sino que su utilidad didáctica es indiscutible. Con él se puede, desde contar una historia, hasta enseñar un idioma. ¡De hecho tengo conocimiento de que hay gente que enseña árabe y hebreo con un teatrillo de kamishibai!. Se esta utilizando en algunos centros docentes desde hace años, en Pamplona por ejemplo, donde tienen su propio taller de cuentos. Esa combinación entre el arte de crear y el arte de contar puede dar muchísimo juego en la docencia.
Antes de finalizar la entrevista, Agurtzane quiso añadir unos comentarios de agradecimiento
-He de hacer mención y mostrar mi gratitud a la biblioteca Yamaguchi de Pamplona, con cuyo material prestado comencé mi andadura. Y, sobre todo, dejar constancia de mi especial agradecimiento a Paloma Valor, de la embajada japonesa en Madrid, y a Carmen Aldama, profesora del colegio San Juan de la Cadena de Pamplona, las cuales han sido piezas fundamentales en mi comprensión de la sutileza del kamishibai y sin cuya aportación, totalmente altruista y desinteresada, la dirección de mi trabajo hubiera tomado el camino fácil del cuento ilustrado.
Últimos comentarios