Ágora, de Amenábar
Desde Otxar, con amor (33)
Me parece que, para calmar los ánimos, voy a contar una peli. Ya sé que les debo a ustedes la narración de mi parto pero les aseguro que no es algo que calme los ánimos de nadie. Y menos los míos. O sea que… al tajo.
Allá que voy toda ufana un domingo por la tarde a los cines Capitol, por la zona de los bilbaos profundos, bancos, rías y dondiegos. Llego y había cola. Y yo que me pensaba que los domingos el personal permanecía en sus casas, medio llorando porque al día siguiente toca castigo divino (trabajo), escuchando el fútbol por la radio, planchando, viendo la tele o incluso, en algunos extraños casos, leyendo… Se ve que en las grandes ciudades (y en las medianas también, pero sin apuntar, que no quiero que me linchen) hay gente para todo.
Dudo en principio entre ponerme a la cola o ir a comprar alguna chuche al mierdero de enfrente. Me decido por la cola. Espero mientras varios personajes de esos que suele haber en todas las colas pasan por delante y por detrás de mí, siempre de mí, nunca de los demás, me empujan y me hacen sentir muy incómoda. Cuando me voy acercando a la taquilla escucho el rumor de que no quedan entradas para lo que yo quiero ver, esa de la Celda 211, que la han puesto bien. Qué contrariedad. Llego y le pregunto al taquillero, por asegurarme, si hay entradas para… Que no. Vale. Puf.
Mi segunda opción es la de Ágora. Para ésta sí que quedan entradas. Bueno, he oído comentarios encontrados. A ver qué pasa. Dura dos horas. Hay que comprar chuches, definitivamente.
Bien pertrechada, me siento en la fila cuatro. ¿Por qué en la fila cuatro? Porque está muy cerca y, de ir al cine, pues que sea para ver las cosas grandes, muy grandes. Además esta peli se supone que tiene mucho componente visual. Me gusta que las sensaciones me rodeen, me abrumen, me penetren, me satisfagan… ¡Ja, ja, ja! Pantalla enorme, sonido tremendo. A disfrutar.
Silencio, que empieza la peli. Pueden irse ustedes a hacer lo que tengan que hacer, porque esto va para largo. Nos vemos en el siguiente párrafo.
¡Ya se ha acabado! ¡Por fin! ¿Siguen ustedes ahí? Han pasado por lo menos tres o cuatro horas de tiempo real. Del otro tiempo, del de los relojes, han sido, efectivamente, dos horas. Se me han hecho muy largas. Al cabo de una hora escasa ya pensaba que aquello estaba a punto de acabar. Pero como el cine es carísimo, he aguantado hasta el final. ¿Me ha gustado la peli? Pues no.
Ágora. Espacio abierto que funcionaba como plaza pública. Superproducción de Alejandro Amenábar. Película muy criticada en ciertos ambientes cristianos. ¿Por qué? Por sus inexactitudes históricas, al parecer muy abundantes (lean el artículo Pequeños matices, de Pepe Serna, un escritor de Otxarkoaga de toda la vida). ¿Por qué más? Porque pinta a los cristianos de la época como salvajes sedientos de sangre, sucios y desdentados. Y digo yo, vale, los cristianos siempre han sido muy buenos y muy santos (jui, jui) pero lo de sucios y desdentados no se lo quita nadie, que en aquellos tiempos se usaba poco el jabón y no existían clínicas dentales.
A mí las inexactitudes históricas me la traen bastante al pairo mientras la obra en cuestión se comporte como un todo creíble y siempre que el autor no pretenda darnos lecciones de historia. Pero en este caso ambas premisas fallan.
Alejandro Amenábar se ha convertido, en poco tiempo, en un gurú de nuestro cine patrio. Ya no te digo nada desde que ganó el Óscar hace cuatro años… En su tiempo (1996) me pareció que apuntaba maneras con la película Tesis, una historia truculentamente oportunista de snuff-movies (películas donde se mata de verdad a alguien) que no acababa de cuajar. Algo fallaba. Después (1997) me desengañé con Abre los ojos, una ficción con infinitas interpretaciones, muy apta para discusiones adolescentes, que no había por dónde cogerla porque la historia rizaba el rizo hasta formarse un nudo absurdo y gordiano que no sería capaz de desenredar ni el mismo Alejandro… Magno. Porque no tenía ningún sentido, ni más ni menos, a no ser el de lanzar fuegos artificiales. ¡Ah! ¡Oh! Advierto desde ya que no responderé a nadie que pretenda esclarecerme con la verdadera clave de esta pseudohistoria.
El problema de este hombre radica en que, como super-artista que se cree que es, abarca demasiados campos. Me explico. ¡Escribe los guiones de sus películas! ¡Compone la música! ¡Dirige! Menos mal que no actúa. Cuando ustedes vean que un director escribe los guiones de sus películas, huyan como alma que lleva el diablo puesto que es muy probable que esté fabricando bodrios. ¿Por qué? Porque escribir un guión es algo inconmensurablemente difícil y muy especializado. No basta con tener una buena idea. Ni a John Ford, ni a Berlanga, ni a Kurosawa (por ponerme multi-continental) se les ocurría escribir guiones. Y no me hablen de Fellini. De la música prefiero no opinar aunque hubiera preferido que contratara a alguien como Nino Rota. Ya sé que es difícil. ¿No será que este Amenábar se quiere ahorrar una pasta?
Total, que me negué a ver sus dos películas siguientes, Los Otros (no me gusta pasar miedo) y Abre los ojos (tampoco me agrada ver morir a la gente), aunque personas de fiar me hablaron muy bien de ellas. De hecho vi algún trailer del Bardem sincerándose y me pareció espectacular. Algún día, quizás…
Pero vayamos a lo nuestro. Esta película, Ágora, no me ha gustado nada porque no me emocionó ni mucho ni poco, y también por las razones siguientes:
El desarrollo de la historia es poco interesante, premioso y predecible. La protagonista tarda un tiempo absurdo (o mal explicado) en darse cuenta de la famosa elipse que rige los cielos. Por cierto que a mucha gente le molestó que la chica mona no tuviera más vida afectiva (véase sexual). A mí me dio igual, pero coincido en que su actuación no destilaba demasiados matices.
Los movimientos de masas eran cutres. Advierto que una menda (criticona y malvada), cuando ve a gente agrupada, se dedica a observar a un individuo cualquiera, a ver qué tal lo hace, si es creíble y tal. Pues no, hay cantidad de extras que se mueven sin parar, hala, hale, pero sin ningún sentido. Lo cual queda muy mucho mal.
La planificación de las escenas carece de toda imaginación. Escena: la masa se abalanza contra un muro. Resolución: plano de masa, plano de muro, plano de pies corriendo, plano de masa, plano de muro, plano de pies corriendo, plano final de gente en muro. Soso. Monótono. Observen ustedes cómo en una serie de televisión actual, como The Wire, los hallazgos visuales forman parte de la explicación de la escena. Amenábar, Amenábar, que no eres tan artista.
El casting tiene fallos clamorosos. Los dos cristianos más importantes se parecen tanto que los confundes. Igual sucede con algún que otro pagano principal.
La arquitectura de la ciudad es tan perfecta que parece de Exin Castillos. Se nota mucho el ordenador. ¿Y por qué saca tan poco partido a la magnífica torre?
Alguno de los conjuntos escultóricos que aparecen son increíblemente increíbles. Puede que pegaran mejor en un juego de ordenador.
Acabo recomendando al Alejandro que se gaste más dinero en efectos especiales. El principio y el final de la película, muy metafóricos ellos, con la tierra vista desde el espacio y tal, parecen bajados del Google.
En fin, que dirán ustedes que soy una puntillosa, una pejiguera, una chinche, una quisquillosa y una imbécil. Y tendrán ustedes razón. Menos en lo último, que no hace falta insultar. Besitos.
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