NOTICIA EN EL «GARA» SOBRE EL BANCO DE ALIMENTOS
La demanda de alimentos ha crecido un 25% en un año
La crisis golpea con tal dureza que la labor del Banco de Alimentos está creciendo en los últimos dos años a marchas forzadas. Los puntos de reparto salpican la geografía de Euskal Herria, principalmente capitales y grandes municipios, y cada vez pasan menos desapercibidos. Cientos de personas guardan colas inmensas para llegar a tiempo a un lote de alimentos. Acceder a un paquete supone un alivio para las precarias economías de quienes bastante tienen con hacer frente al pago del alquiler y está cerca de ser una cuestión de supervivencia para quienes viven en la calle y no tienen qué llevarse a la boca.
Sólo en Bizkaia, el Banco de Alimentos atiende a más de 22.000 personas al año, según datos ofrecidos por Nicolás Palacios, presidente de la organización en este herrialde. A falta de los cifras exactas del balance del año 2009, Palacios considera que los números variarán al alza y calcula que en un año se habrán superado los 2.420.000 kilos de alimentos repartidos a través de unas 220 instituciones, un 10% más que en 2008. Tomando como referencia los excedentes que la UE hace llegar a los Bancos de Alimentos, indica que las solictudes han crecido un 25%.
También han variado, a su juicio, los demandantes de ayudas. «Está viniendo gente que ha pasado a una situación peor, gente que antes no venía», según expone.
El padre Román, pasionista, coordina la labor de una decena de voluntarios que dos días por semana preparan lotes de entrega en la parroquía de San Felicísimo, en Deustua. Desde su experiencia a lo largo de años, explica que el perfil de los demandantes de alimentos, en esencia, no ha variado demasiado. Comenta que la inmensa mayoría de los receptores siguen siendo sudamericanos, magrebíes y africanos, aunque reconoce que últimamente se observa una mayor presencia de «gente de aquí», en referencia a vecinos de la capital vizcaina que hasta ahora no habían demandado alimentos.
Los locales de la parroquia de San Felicísimo se convierten en banco de alimentos los mércoles y los viernes a partir de las 11.00. Pero, antes, casi de madrugada, muchas personas esperan junto a una pequeña puerta en las inmediaciones del templo para recibir un número y guardar así el turno a la hora del reparto.
Alrededor de cien cada día
Cada día de reparto alrededor de 100 personas pasan por esos pequeños locales, en los que antes de la entrega se respira una actividad frenética. A la llegada de las furgonetas, procedentes del almacén que el Banco de Alimentos tiene en Basauri, un grupo de mujeres y hombres, en su mayor parte jubilados, preparan los paquetes y los mostradores. Al lado, Mertxe Fernández maneja unos listados en los que figuran los demandantes, su documentación y en los que va registrando las entregas. «Sólo pueden venir uno de los dos días y son alrededor de 100 cada día», según explica.
Se les piden documentos como el certificado de empadronamiento, el pasaporte o algún tipo de documento de identificación personal. De hecho, según comenta, la documentación aportada en el Banco de Alimentos ha hecho que algunas personas pudieran acreditar su residencia en Euskal Herria durante un determinado espacio de tiempo.
A través de esos papeles saben cuántos son en la familia y si, por ejemplo, hay niños a su cargo. Esta colaboradora del Banco de Alimentos señala que la situación de muchas familias es crítica y si bien es cierto que los demandantes siguen siendo principalmente inmigrantes de fuera de la península y aunque, en menor medida, también familias desestructuradas, «sí se ha notado que ahora viene gente que tenía una vida normalizada y, al quedarse sin trabajo, y ante el pago de la hipoteca, han tenido que recurrir a esta ayuda».
Entre el grupo que organiza el reparto se encuentra Jamila, una marroquí que desempeña una labor fundamental como intérprete con sus compatriotas. Óscar Saavedra también colabora con esta iniciativa humanitaria, cuando no tiene trabajo. «Antes porque no tenía la documentación, y ahora nos sobran los documentos y no tenemos trabajo», comenta este albañil afincado en Bilbo que llegó hace nueve años procedente de Colombia.
Saavedra destaca que el paquete de la comida en el que reciben algo de verdura y fruta, lácteos y galletas, entre otros alimentos, «alivia los gastos del alquiler». Una mujer, conocida de los voluntarios, y residente en Deustua desde hace años comenta que tuvo que dejar el trabajo por motivos de salud. Acaba de llenar su carrito de la compra y reconoce que «sola y con una hija también en paro, cobrando cuatrocientos y pico euros al mes», la comida «nos supone una gran ayuda».
I.P. también es de Bilbo, vive en Otxarkoaga y lleva dos años sin trabajo. Comparte la vivienda con otras tres personas y una hija de 3 meses. Llegó a por su turno a las 8.00 y «ya había bastante gente por delante», comenta. Buena parte de las personas que hacen cola son mujeres y muchas llevan bebés. Se muestran inquietas porque creen que hay gente que no respeta el turno, cuando dentro son bastante estrictos.
«Esto nos ayuda muchísimo»
«Esto nos ayuda muchísimo», reconoce un joven rumano, mientras guarda en su mochila un bote de leche en polvo para niños. Lleva un año en paro, «pero tengo aún para otro año porque tenía cotizado para dos años», cuenta, al tiempo que precisa que los 680 euros que cobra apenas cubren los gastos de alquiler de dos habitaciones en una vivienda, que le suponen 650 euros al mes y aún dependen de sus ingresos su compañera y un niño de un mes.
Fuera de la cola, un grupo de jóvenes magrebíes no oculta que viven en la calle. Piden un sitio para dormir, preguntan por qué no les dejan hacer cursos de formación para aprender alguna profesión y tener ocupado el tiempo. «Quiero volver a mi país, allí ahora están un poco mejor y por lo menos tendría dónde vivir, pero no puedo volver porque no tengo dinero», destaca uno de ellos a modo de portavoz de los deseos que comparte el resto.
Dentro comentan que a ellos les es más difícil ayudarles, porque al vivir en la calle necesitan comida ya cocinada y que sea acorde a su religión.
El de San Felicísimo en Bilbo, el de Sestao y el de Barakaldo son los tres puntos del Banco de Alimentos de Bizkaia que más gente atienden, según indica la propia organización del herrialde. Precisamente el de Barakaldo ha saltado a las páginas de los periódicos en los últimos meses a raíz de los datos ofrecidos por colectivos de ese municipio vizcaino.
Para dar cuenta de la precaria situación económica por la que atraviesa el segundo municipio de Bizkaia por número de habitantes, precisaban que 145 personas se alimentan gracias a esta organziación humanitaria, de la que cuatro veces al año se bene- fician 464 familias.
Más «pobres vergonzantes»
El Banco de Alimentos de Araba calcula que en ese herrialde las personas beneficiarias rondarán las 6.000, a través de 66 instituciones que se encargan del reparto.
Como en las organizaciones de los herrialdes vecinos, en Araba las grandes y medianas superficies suponen las mayores donantes de alimentos, aunque también empresas logísticas participan, además de donantes anónimos y colectas realizadas en comercios o colegios.
«El efecto de la crisis ha sido palpable. Mucha gente se ha visto inmersa en la impotencia, comprometidos en hipotecas, sobre todo de viviendas. Se ha producido un desequilibrio y, por tanto, necesidad en las familias», resalta un responsable de este organismo en Araba, y apunta que también han aumentado las aportaciones solidarias.
«Estamos intentando captar personas mayores, viudas, etc. Les llamamos `pobres vergonzantes', porque no se atreven a pedir y descubrirse como pobres», mantiene. «Normalmente el perfil suele ser el de personas emigrantes, pero comienzan a aparecer, sobre todo en parroquias, esos pobres vergonzantes».
Desde el Banco de Alimentos de Araba destacan que los datos son el mejor reflejo de la crisis. En 2009 en este herrialde se repartió un millón de kilogramos, frente a los 600.000 entregados en 2008.
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