La máquina de leer la mente
¡Funciona! ¡Funciona! ¡El aparato funciona! Lo de leer la mente, quiero decir. ¡Funciona! Lo juro. Estaba yo el otro día en la calle, ignoro la razón. Tampoco sabría decir, por cierto, a santo de qué llevaba en el bolsillo de la bata una versión beta de mi último invento. Que mira que también es raro que yo ande en bata por la calle, no sé, esto parece un poco extraño, como de ensueño, pero les aseguro que es real. Estaba yo tan tranquila, ya digo (ahora que lo pienso tampoco es normal que yo esté tranquila… pero… en fin, dejémoslo), eso, y siento como un aluvión de vulgaridades, barbaridades infrahumanas, brutalidades soeces… burradas, vamos… burradas a más no poder. Voy y noto todo eso de una manera nítida.
– ¡Qué pasa, churri!
– ¿Eh? ¡Me has asustado!
– ¡Jar, jar, jar!
– ¡Y no me llames churri!
– ¿Y cómo quieres que te llame, churri?
– No me llames
Y de repente me di cuenta de donde provenían aquellos… llamémosles… pensamientos. Era el hombre en estado puro que se me estaba acercando por detrás. ¡Qué suerte tuve al separarme de él! Aunque de suerte, nada. Aquello fue una decisión científica. Objetivo: marcharme de allí. Método: el más eficaz, el más bestia, el capaz de contrarrestar incluso su abrumadora y cerda maldad innata. Ya tengo narices.
– Aquí os dejo, hombre de mierda
– ¿Qué dices, Churri?
– Que me voy
– ¿Y la niña?
– Te la quedas
– ¡Qué dices, Churri!
– No me llames Churri
– ¿A dónde vas?
– No te importa
– ¿Nos dejas?
– Te quedas sin tu Churri
– ¿Abandonas a tu hija?
– Sí, ¿qué pasa?
– Nada, nada
– ¿Te parezco mala madre?
– ¿Yo qué te he hecho?
– Sin acritud, como decía aquél. Iros todos a la mierda
– ¿Tu propia hija?
Hay veces en las que el hombre parece un disco rayado. No se lo tomen en cuenta. Él es así. Vivir con él resulta muy duro. Por eso le obligué a que trabajara de taxista de noche. No le veía. Le hacía la comida. No me importa nada hacer la comida. Soy capaz de hacer la comida a cualquier hora del día. Cualquier tipo de comida. Griega, por ejemplo. Pero esto no tiene nada que ver, ya digo. Porque me fui, claro. Con un par. ¿De ovarios? No sé… no sé, creo que tengo mi inteligencia centrada en otra parte. Bueno, ahí también.
Lo que me recuerda… -esto de activar la inteligencia a veces funciona- me recuerda que estábamos hablando de otra cosa… sí, ya sé… de lo de la máquina para leer la mente. Pues a lo que iba diciendo, que me quedé muy sorprendidísima cuando noté aquello, aquellos rezumos de mente enferma engrumando mi propio cerebro.
Claro que… Teniendo en cuenta que yo conozco lo suficiente al hombre, por desgracia, como para saber qué piensa en cada momento… pues no sé… A lo mejor es un poco prematura la alegría que he expresado en un principio con tanto “¡funciona!”. No me lo tengan en cuenta, que por el camino bien que se han enterado de lo mala que soy. Chismosos. Les odio. Dejen de leer. Tápense los ojos cuando se mencionen mis defectos. Hagan el favor.
Proseguiré investigando, no se preocupen, que lo llevo en la sangre. Pero no les aseguro que vuelva a escribir en este sitio. No sé si me apetece seguir hablando con ustedes, que no me va nada la prensa rosa. No sé si me entienden.
Aunque tampoco aseguro nada.
Alberto Arzua
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