La última batalla de Carmen y Tomás
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«A mí, si me quitan de esta casa, me matan». A sus 88 años, Tomás Lanzagorta no recuerda la vida fuera del caserío Etxezuri de Txurdinaga. Una construcción con más de 200 años de antigüedad que se ha convertido en historia viva del origen del barrio y cuyo futuro está en peligro. El Gobierno vasco prevé edificar en la parcela donde se asienta una promoción de 426 viviendas protegidas y libres. Y el proyecto contempla el derribo del edificio, algo que la familia quiere evitar a toda costa. «Porque mis padres no se imaginan la vida en otro lugar y porque se trata de un patrimonio histórico artístico de primer orden: el último exponente del caserío neoclásico que primaba en esta parte de Bilbao en el siglo XIX», asegura su hija Miren.
El arraigo familiar en el inmueble es casi centenario. Faustino Leguina lo compró en 1920. Allí nació Carmen, que siempre ha vivido entre vides y árboles frutales. Incluso después de casarse con Tomás. El viernes, el día de su santo, también celebraba su 83 cumpleaños entre el calor de sus familiares y la angustia ante el futuro.
«Yo he vivido aquí como una princesa, aunque sólo ahora lo comprenda», recuerda Miren. Llegó a ver las colinas verdes de Txurdinaga, libres de asfalto y cemento. «Apenas había caseríos dispersos, salpicados de huertas y animales», recuerda. «Nosotros plantábamos hasta 60.000 lechugas», puntualiza su padre.
Faustino abrió allí el Txakoli Legina en 1924. Su casa «era la de todos». «La gente de Begoña, Santutxu y Bolueta traía tortillas y nos compraban las jarritas de txakoli». Y ensaladas y cazuelitas de bacalao, una receta en la que su madre es «una de las mejores». En 1962, sin embargo, el caserío sufrió un varapalo que pareció quedarse en nada pero que, a la postre, puede acabar reduciéndolo a escombros. El Ministerio de Vivienda expropió los terrenos, edificio incluido, para acometer el ensanche de Txurdinaga. «Pero sólo nos quitaron suelo para la carretera», explica Tomás. El 20% de los 20.000 metros cuadrados de la propiedad.
Así que ellos siguieron con su vida, Txakoli Legina incluido hasta 1980. Y no se preocuparon de los aspectos legales hasta conocer los planes urbanísticos del Gobierno vasco. Ahora el Tribunal Supremo les ha dicho que no tienen nada que hacer. «Reconocen que la expropiación de toda la parcela pudo ser injusta, pero que ha prescrito el plazo para revertir aquella decisión».
Informe de Patrimonio
Perdida la batalla legal, por tanto, la familia se centra en defender el valor histórico-artístico del inmueble con el objetivo de salvarlo de la piqueta. Ya han pedido un informe sobre su antigüedad al servicio de Patrimonio de la Diputación con la esperanza de que este sea el primer paso para su catalogación como bien protegido. Incluso han iniciado una recogida de firmas.
Ellos están convencidos de que el desarrollo urbanístico de Txurdinaga es «perfectamente compatible» con su conservación. «Los planes en la zona todavía están en fase embrionaria y el caserío apenas ocupa una esquina del terreno», remarcan. Mantenerlo en pie, por lo tanto, se les antoja una decisión sencilla, «cuestión de voluntad institucional». Creen que los cuatro bloques que se prevé levantar «podrían complementarse con el caserío y reconvertirlo en equipamiento público como museo de la historia del barrio, o centro cívico». La familia sólo pide una deferencia. Que Carmen y Tomás puedan disfrutar del que ha sido siempre su hogar, «los años que les queden de vida».
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