LAS ILUSIONES DE UNA VIDA QUE SE ACABA
Juan era un hombre joven de nuestro barrio. Delgado, muy vivo, se movía con destreza. El era uno de tantos, uno más de una de las muchas familias que fueron poblando nuestro barrio de Otxarkoaga, desde mediados del siglo pasado.
Su familia, como tantas otras, se fue poblando de pequeños y él era uno más de una familia numerosa, cargada de hijos y de problemas.
Nuestro amigo, como tantos muchachos y muchachas del barrio, fue entrando por un camino que le liberaba de dolores tempranos y le llevaba a un paraíso ficticio. Paraíso en el que iba entrando cada vez con más intensidad.
Llegó un momento en el que quiso salir de ese paraíso ficticio, pero ya era muy tarde. Mas no estaba todo perdido, pues aunque la vida se le iba acortando, iba profundizando en su propia situación y caminando unas veces hacia delante y otras parándose en su camino o retrocediendo, iba encontrando un sentido a su propia vida y al corto horizonte que veía para sí mismo.
Juan había encontrado en Bizitegi, compañeros de camino que le ayudaban a no tirar la toalla y a dar cuerpo a sus deseos más íntimos.
Tras llevar a cabo un duro camino en el hacerse con su propia persona, llegó a expresar un doble deseo que le iba a dar consistencia y culmen a su vida:
Su primer deseo lo concretó en hacer un viaje de una semana a las Islas Canarias con el compañero de camino que más le había ayudado a desplegar sus propias alas. Era la forma adecuada de responder desde sí a tanto desvelo.
Su segundo deseo era el de acompaña a su única hija en el día en que ella recibiese la Primera Comunión. Sabía que era un día precioso para ella y lo quería vivir a su lado.
Tras llevar a cabo sus dos deseos, que los vivió con una profunda alegría, Juan ya veía que sus fuerzas iban flaqueando y su camino entre nosotros iba llegando a su fin. Así, en paz, nos dijo adiós. Goian bego betirako (Descanse en paz para siempre).
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