EN EL TEATRO
Esta semana he estado en el teatro Arriaga viendo "El avaro" de Molière, con los alumnos de la escuela. Tenía mis reticencias antes de ir y sigo teniéndolas después: lo idóneo de una obra clásica para estos chicos; la capacidad de deslumbrarles que pueda tener una obra cuya mayor riqueza es el diálogo; su posibilidad intelectual de ahondar en una sátira despiadada; y el interés de ver a una compañía que, a mi modo de pensar, no ofrece una representación precisamente inmejorable. Nunca he pensado (y no lo voy a hacer ahora) que cualquier lectura es mejor que no leer, que cualquier asistencia al teatro es mejor que no ir. Hay lecturas y obras de teatro que no merecen mi atención o mi tiempo, ni los de los alumnos. Pero, no quería habar de esto. Esa mañana me retrotraje varias veces a mi adolescencia. Recordé lo que para mí suponía entonces ir al teatro, al Arriaga, a butaca de patio, a ver una obra clásica, con una compañía profesional en el escenario (por supuesto, nunca fui de mañana, a una función escolar, en el mes de octubre). Para mí era una fiesta para la que había que ahorrar durante bastante tiempo y a la que había que sacrificar otros muchos caprichos. Y eso sin quedarme nunca en el patio de butacas. Siempre había que subir más arriba. Recuerdo perfectamente que en Teatro Campos había que conseguir la fila 3 del anfiteatro porque se podían estirar las piernas y las cabezas de los de delante apenas molestaban; que en el Arriaga había que ir a una delantera para evitar con seguridad todas las columnas; y que el más complicado era el Coliseo. Y ese día, esos "mocosos" lo tenían todo sin ningún esfuerzo. ¿Que nada ha cambiado?; ¿que cambiamos a peor? ¿QUién se atreve a hacer semejantes afirmaciones? Hoy vivimos mucho mejor que hace 40 años y yo no me voy a "desapuntar" de ello. Aunque me tenga que tragar que la mayoría se aburrieran. Cuanto más fácil lo tengan, mejor.
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