Bilbao, 30 años de regeneración
HAN transcurrido más de 30 años desde que Bilbao celebró sus primeras elecciones al ayuntamiento, tras más de 40 años de sufrir el régimen dictatorial de Franco. Todo lo cual suscita cuando menos varias reflexiones, la primera, en qué estado dejaron Bilbao aquellos empresarios, financieros e industriales que estuvieron al frente de las instituciones tanto públicas como privadas de Bilbao.
Cualquiera puede consultar la prensa escrita desde 1975 a 1979, la documentación de archivos, otro tipo de publicaciones e incluso entrevistar a alguno de los protagonistas. Tras lo cual se es consciente de lo difícil que resulta cuantificar la verdadera dimensión de lo que dejaron las autoridades franquistas como herencia en Bilbao, porque todo lo que se puede decir se queda corto. Lo que se patentiza someramente es que el léxico que más se repite a la hora de describir el Bilbao de aquellos años, es el de degradación, abandono, desaparición, pérdida, déficit, infracalidad urbana, absurdo urbanístico, atentado urbanístico, despropósito, asfixia, destrucción, ciudad caótica, situación catastrófica, expoliación, desaguisados urbanísticos, especulación salvaje, anarquía y un largo etcétera.
Si a ese léxico aunamos hechos tan increíbles como que dejaron un ayuntamiento con una deuda de 7.000 millones de pesetas de las de entonces, una ciudad sin equipamientos ni servicios, sin infraestructuras, la ciudad más contaminada de Europa, maloliente, que había basado su extensión en una nefasta política de anexiones que llevó a convertir en un vertedero un municipio como Erandio o la salvaje especulación que ejerció sobre el valle de Asua, le deja a uno estupefacto. Y es que Bilbao tenía el glorioso título -según varios medios de comunicación de la época- de "paraíso de la especulación".
Un Bilbao con unos índices de densidad extraordinarios, con déficit de miles de viviendas, con miles de chabolas, carente de planes de saneamiento, sin ni siquiera un planeamiento, que potenció indiscriminadamente un crecimiento demográfico exagerado. Un Bilbao carente de equipamientos y servicios, sin una normativa legal mínima que permitió aquel anárquico crecimiento. Un ayuntamiento que durante el franquismo tuvo intención (en ocasiones lo logró y en otras no gracias a los movimientos ciudadanos) de destruir buena parte del patrimonio municipal y edificios considerados conjuntos y monumentos histórico-artísticos para poder construir sobre sus solares, buscando únicamente un beneficio económico.
Cada año, desde Bizkaia se venían aportando a la arcas de Madrid 60.000 millones de pesetas de las de entonces, según estimaciones aportadas por varios medios de comunicación de la época, pero no revertía nada. Bilbao fue abandonada, desatendida, descuidada durante todo el franquismo, porque las contadas actuaciones que se realizaron en grandes infraestructuras se hicieron con capital privado. Ni siquiera invirtieron en modernizar las industrias para ser competitivas, dejándolas agonizar, por lo que cuando llegó la crisis económica de finales de los 70 los efectos fueron aún más catastróficos para la sociedad vizcaína.
Permitieron normativas como el artículo 50 de las normas constructivas municipales para hacer millonarios a muchos constructores afines, así poder construir una edificación intensiva, en altura, con cambios de escala y gigantismo, provocando una gran pérdida de valores formales de la ciudad al aplicar esa normativa, creando una enorme densidad. Fomentaron construcciones como Otxarkoaga, al construir con materiales de muy baja calidad, se construyó con excelsa rapidez, provocando problemas de humedades en los pisos, que hicieron cegar cientos de viviendas de plantas bajas por los altos índices de humedad, que provocaron graves enfermedades en muchos de sus vecinos. El caso de Otxarkoaga es el más notorio pero es extensible a la mayoría de barrios de Bilbao.
Unas autoridades al frente de un ayuntamiento que había sido cómplice de constructoras e inmobiliarias que infringieron leyes y planes de urbanismo, obtenían ilegales licencias concedidas por un ayuntamiento corrupto, que no respetaba la Ley del Suelo, que permitía construir sobre zonas verdes, exceso de altura y volúmenes, llegando a permitir que el 80% de las construcciones de viviendas en los años 70 fueran ilegales. Permitió incluso que hubiera gente que vendió terrenos municipales como propios ya que el ayuntamiento no sabía ni qué patrimonio poseía y muchas fincas municipales no estaban siquiera registradas.
Aquella élite financiera e industrial de Bilbao utilizó la corporación administrativa Gran Bilbao para manipular el urbanismo de 19 municipios a su antojo y defender sus intereses empresariales. Los planes se hacían como respuesta a los requerimientos y necesidades económicas de aquellos empresarios que estaban al frente tanto del ayuntamiento de Bilbao como de la Diputación de Bizkaia.
Fomentaron aquellos políticos empresarios un Bilbao agobiante, con un tráfico asfixiante. Por su negligencia, Bilbao sufrió un abandono total que obvió el transporte público y en cambio impulsó el uso masivo del coche provocando desequilibrios físicos y psíquicos en el ciudadano. Llegaron incluso a poseer el dudoso honor de ser los culpables de crear auténticos ghetos en los barrios de Bilbao.
Muchos de los partidos políticos que se presentaron a las elecciones municipales de marzo de 1979 y los movimientos ciudadanos anticipaban lo que con el tiempo hemos podido corroborar como una realidad: se necesitarían varias generaciones para corregir los desequilibrios ecológicos y urbanísticos creados por estos personajes. Por lo que ya entonces se exigieron responsabilidades políticas y económicas de fraudes y corrupción de anteriores corporaciones además de a todos aquellos miembros de aquella élite financiera e industrial que se enriquecieron con el sufrimiento y la miseria de los bilbaínos. Pero en eso quedó, en un brindis al sol sin ninguna consecuencia.
Hoy día, después de miles y miles de millones invertidos en recuperar Bilbao, en rehabilitar los despropósitos causados por quienes gobernaron durante el franquismo, el ayuntamiento debería de hacer balance de cuánto ha costado realmente a los bilbainos en particular y a los vascos en general. Creo que para ser justos y seguir adelante los bilbainos (y los vascos en general) necesitarían además de una reparación jurídica y moral de los franquistas que todavía está pendiente, exigirles además una reparación económica. Porque los trapicheos y desaguisados de los franquistas, haciendo balance a día de hoy, han salido muy caros a todos los bilbainos. Y que yo sepa aún no han pagado por ninguno de aquellos atentados
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