Bilbao, movimientos vecinales y la izquierda ante las elecciones municipales (1968-1979)
CUARENTA y cuatro años es una distancia lo suficientemente amplia como para realizar una primera valoración de lo trascendentales que fueron los movimientos vecinales para Bilbao, sobre todo durante su primera etapa de vida y quizás la más compleja, que fue de los años 1968 a 1978. Lo que me lleva a realizar una pequeña reflexión, de no haber existido estas asociaciones de vecinos, ¿con qué se hubiesen encontrado en abril de 1979 los partidos políticos que se presentaron a las primeras elecciones municipales tras el franquismo? Seguramente con un despropósito aún mayor porque si algo hicieron bien estas asociaciones fue frenar los atentados urbanísticos perpetrados por las autoridades franquistas.
A lo largo de los años, hay quien ha denominado a las asociaciones vecinales como la expresión popular frente a insuficiencias urbanísticas, el abandono e ineptitud de las autoridades municipales o a la necesidad de vehículos con una expresión democrática. Otros las han considerado como un instrumento de reivindicaciones tanto urbanas, sociales como políticas. Lo que si podemos refrendar es que su actividad durante el franquismo fue de permanente oposición a la administración.
Su origen puede ser atribuido a varias causas, pero la más significativa de todas fue la actitud de aquellas autoridades franquistas que hicieron del habitar en los barrios periféricos algo inhumano. No solo abandonaron totalmente a esos barrios sino que trataron a sus habitantes como ciudadanos de tercera. Basta con remitirse a un informe técnico elaborado por varios grupos de arquitectos el año 1975, promovido desde la delegación de Bizkaia del COAVN, cuyas conclusiones eran demoledoras, describiendo las barbaridades causadas por las autoridades franquistas en Bilbao. Incluso, añadieron, desde la República no se había realizado nada reseñable por la ciudad.
Muchas de estas asociaciones, como el caso de la AFO de Otxarkoaga, iniciaron su actividad en el año 1969, pero hasta 1975 no tuvieron una conciencia de la importancia del planeamiento urbano y del beneficio de aceptar la colaboración técnica de los urbanistas. Sin embargo, llevaron a cabo una profunda implicación en la resolución de los problemas de los barrios al promover obras de interés público, urbanizaciones, abastecimiento o impulsando una política de transportes.
Frente a la pasividad y al silencio administrativo del ayuntamiento franquista, que consentía licencias ilegales sobre zonas verdes, y a la complicidad de constructoras e inmobiliarias que infringían leyes y planes, siempre estuvieron las asociaciones de vecinos. Barrios como Otxarkoaga, Santutxu, Rekalde, Zurbaran, Arangoiti, Arabella, Basurto, Zorroza, La Peña, Zamacola, Erandio, Deusto… sufrieron los despropósitos del ayuntamiento y de quienes lo gobernaban. Pero también supieron cómo responder reclamando tomar parte en el planeamiento de Bilbao. Pretendieron para ello lo que consideraban una necesidad vital para la ciudad: una verdadera gestión democrática.
Fueron destacables las campañas que realizaron en defensa de las zonas verdes, entre las zonas de Zabala, San Francisco, Bilbao La Vieja, Zamacola, así como en el polígono de las Hermanitas de los Pobres o en Deusto. Llegaron incluso a exigir al ayuntamiento que suspendiera las licencias constructivas ante el despropósito causado por las constructoras por toda la trama urbana. Pero de una administración carente de cultura democrática, ¿qué se podía esperar?
Cuando llegó la democracia, los movimientos vecinales, en los que incluso militaron muchos de los que posteriormente fueron nuestros políticos, empezaron a ser considerados por algunos partidos como un contrapoder popular ya que creían que estos ejercían una labor que les correspondía a ellos. Sin embargo, las asociaciones explicitaron que únicamente trataron de ejercer como plataforma de información de sus actuaciones respecto al ayuntamiento, de todas sus actividades, tratando de paralizar lo que consideraban obras impopulares, que se realizasen las obras reivindicadas por los barrios y que se clarificasen las irregularidades… Llegaron incluso a fomentar junto al Colegio de Arquitectos talleres de arquitectura y laboratorios de urbanismo así como conferencias y mesas de debate desde donde se posibilitó un mayor conocimiento sobre la ciudad, sobre todo en torno a los planes de ordenación urbana.
Desde 1968 a 1978 se produjo un gran progreso en el movimiento ciudadano, con una pretensión evidente, la de un control popular del ayuntamiento. Lo que no podía proseguir era aquella mala gestión supeditada a los intereses de una minoría que se apropiaba de zonas verdes para su provecho, que levantaban más viviendas de las autorizadas y que dejaban a los barrios sin urbanizar. El movimiento ciudadano preveía para ello continuar autónomo e independiente de los partidos, con su propia capacidad de análisis y movilización para desenmascarar las actuaciones especulativas del gran capital y presentar planes alternativos frente a modelos burgueses y monopolistas. En 1979, aseguraban las asociaciones en una nota pública que la lucha proseguiría por unos barrios más habitables, seguirían denunciando la especulación, continuarían defendiendo los derechos de los vecinos y dando a conocer los problemas del barrio, todo ello a través de un mayor control ciudadano.
Así, uno de los hechos tal vez más controvertidos de la historia reciente de Bilbao, fue cómo, en 1979, con las primeras elecciones municipales tras el franquismo, la problemática urbana se había constituido en tema político de primera magnitud. Los partidos políticos empezaron a definirse urbanísticamente en sus programas. El planeamiento, por fin, se acercó a la sociedad. Si ya hubo unos inicios de democratización urbana gracias a los movimientos ciudadanos, a partir de entonces se tenía la convicción de que sería un hecho la participación directa de la ciudadanía en el urbanismo.
Sin embargo, el peso cayó sobre los partidos políticos de izquierdas porque eran los que llevaban consigo unas características comunes que carecían los demás grupos: una dilatada experiencia en los movimientos ciudadanos. La primera premisa que exigieron estos partidos cuando se presentaron a las elecciones municipales, fue un reconocimiento de las asociaciones vecinales. Desde el PCE-EPK se presentaba como alcaldable Alberto Vidal, que provenía de la Asociación de Vecinos de Santutxu y lo hizo con un programa muy elaborado, basado en sus experiencias en el movimiento ciudadano y con un censo de las necesidades de cada barrio. Demandaban la participación popular, recuperar la identidad urbana de Bilbao, núcleos de convivencia con identidad propia, juntas de distrito que representasen a todos los barrios o un control sobre el suelo urbano. Desde EE, Jon Nicolás, que a su faceta profesional de arquitecto técnico unía su relación con los movimientos vecinales, exigía como prioridad la unidad de la izquierda vasca, con un movimiento ciudadano combativo, desde el que tendría una especial importancia llevar adelante una lucha seria y eficaz contra quienes había descompuesto Bilbao dentro de aquel conflicto urbano, que era un fiel reflejo de la lucha de clases. El propósito era explicar los problemas urbanísticos en términos políticos de enfrentamiento de intereses, para lo que consideraban preciso recuperar Bilbao para los bilbainos, socializar el uso y disfrute de la ciudad. Exigirían así mismo responsabilidades de fraude y corrupción a las autoridades franquistas que dejaron aquel Bilbao caótico a través de lo que consideraron fue una anarquía programada.
Desde EMK-OIC, Javier González Buruchaga, también relacionado con los movimientos ciudadanos, sostuvo que exigirían responsabilidades, que sustentarían una gestión ciudadana, fomentarían unos transportes públicos gratuitos y pretendían al igual que el resto de partidos de izquierdas hacer pagar a capitalistas y especuladores el coste de arreglar Bilbao. Había muchas coincidencias de estos partidos con las propuestas de José María Sarisibar, de la candidatura de la ORT. Desde HB, junto al alcaldable Santiago Brouard, cuyo partido sostenía el lema "Alkaterik onena herria", el mejor alcalde el pueblo, se presentaba gente de la talla intelectual de Xabier Martin que a su faceta de arquitecto unía la de filósofo, abogado y economista. Defendían un trabajo por barrios, con comisiones paralelas que estableciesen necesidades, acometerían los problemas y corregirían los desequilibrios sociales, difundirían la cultura popular, y rebilbainizarían Bilbao, ya que el 80% de sus calles llevaban nombres que nada tenían que ver con la villa. Llegaron a sostener que sería fundamental el contrapoder popular a través de las asociaciones ciudadanas que actuarían como gestoras. El pueblo sería el protagonista, ya que entendían que no se podía dejar en manos de unos concejales el arreglo de la ciudad.
Juan Mari Zulaika, de LKI, también planteaba un plan de urgencia para urbanizar y equipar a los barrios. En cuanto a la adjudicación de la vivienda social, pretendieron que estuviera bajo un estricto control de los organismos populares así como también aspiraban a socializar el suelo. Desde el PSE-PSOE, su candidato, José Luis Ibañez, llegó a sostener que el movimiento ciudadano se debería de integrar en el ayuntamiento al igual que el modelo francés, con una conexión de todas las entidades asociativas ciudadanas al ayuntamiento. También primaría el sentido comunitario sobre el privado en urbanismo e institucionalizarían las asociaciones vecinales en el ayuntamiento y utilizarían la experiencia de los programas a nivel estatal que tenía el PSOE para emplearlos en todo el País Vasco.
En resumen, si hubo un paradigma programático impulsado por algunos de estos partidos fue que el movimiento ciudadano no podía ser sustituido tal y como algunos pretendían al estar implicado como lo estaba en todos los acontecimientos sociales, políticos y económicos de Bilbao. No obstante, fueron conscientes de que necesitarían varias generaciones para corregir los absurdos urbanísticos creados por los franquistas. Habían sido unos consistorios que habían fomentado el interés privado por encima del público y como consecuencia de esa política industrial Bilbao fue denominada la ciudad más contaminada de Europa, con menos zonas verdes y calificada de paraíso de la especulación. Convirtieron amplias zonas de la villa en auténticas cloacas, carentes de los servicios más básicos, desprovistas de lo más elemental.
Finalmente la situación no resultó tal y como muchos esperaban porque una mayoría de bilbainos se decantaron por la candidatura de EAJ/PNV y HB resultó ser la segunda fuerza más votada. Decir que a partir de entonces hubo una política urbana tal vez fuera sostener algo pretencioso, pero durante los siguientes años sí hubo una política sobre hechos consumados. Porque si reflexionamos sobre lo que se encontraron los partidos políticos, podríamos preguntar, visto lo visto, cómo fue posible salir de aquel despropósito de ciudad que dejaron como hipoteca los franquistas, quienes no solo imposibilitaron durante muchos años cualquier tipo de iniciativa sino que nos obligan aun hoy, muchos años después, a pagar las consecuencias.
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