HA MUERTO «DON ANGEL»
Ha muerto Ángel, “Don Ángel”, “Don Ángel, el del taller”. Recuerdo que cuando yo llegué a Otxarkoaga con 25 años, él era ya un “señor mayor”. Trabajaba en la Escuela, en los viejos barracones del centro del barrio y comíamos juntos casi todos los días de labor. Recuerdo nuestras “discusiones” sobre “estos jóvenes de ahora que no valéis para nada” a lo que yo respondía:” ya, para juventud la vuestra que fuisteis tan mantas que perdisteis una guerra y así nos va ahora”. Eran “discusiones” desde el respeto, el cariño, la complicidad en un trabajo común. Me imagino, más de una vez, a los jóvenes de hoy diciéndonos a los que ya somos “señores mayores”: mirad lo que nos habéis dejado. Así que hay demasiadas cosas que se repiten en el paso de las generaciones. Ángel era “tan mayor” ya entonces (1972) que tenía un año más que mi padre. Ambos se conocían porque los dos eran de Sestao. Conmigo tres. Los dos –conmigo tres- se dedicaron a trabajar con chavales, a ayudar a muchos a promocionarse en la vida, a encontrar un trabajo con el que vivir dignamente. Ninguno de los dos –conmigo tres- cambiaron el mundo. Los dos –conmigo tres- hicieron muchas cosas mal, se equivocaron muchas veces y repartieron más de un sopapo equivocado. Los dos acertaron otras muchas veces. Pero yo, desde aquí, como soy el único que queda de los tres quiero honrarles a ambos. Hoy especialmente a Ángel (que para mí nunca fue “Don”, quizás porque éramos de Sestao). Mi trabajo con chavales también se ha acabado, como acabó un día el suyo. Ojalá dentro de 30 años a alguien le quede el recuerdo. Poco más podemos dejar.
No me apetece nada ni siquiera pensar en lo que ha significado la vuelta al trabajo para cumplir ese 15% que debo currar en la Escuela y que he acumulado en dos meses. De momento me ha sentado mal. Salvo la posibilidad de ver, charlar y echar una pequeña mano en algún caso a quienes fueron mis compañeros –y más- de cursos pasados, salvo eso, que se puede hacer en un ratito o dos, el resto para tirar. Empecemos por constatar que, cuatro meses después, todavía hoy la vida empieza antes de las 8,30 de la mañana, mucho antes. Luego que las sillas para trabajar son incómodas y atacan a la espalda, que los ordenadores parece que ordenan en vez de obedecer, que en mi casa voy mucho más rápido, que el tiempo es lo que dice un reloj (llevaba 4 meses sin ponérmelo)… Demasiado. ¡Qué le vamos a hacer! Es la diferencia entre ir a un trabajo con algún sentido o ir a un trabajo porque hay que ganarse el sueldo. El trabajo real, según mi experiencia, es siempre una mezcla de los dos, pero esta vez lo segundo puede con lo primero. Por otro lado, como esta semana empiezan las tertulias literarias a las que asisto, me he “tenido que” leer “Silas Marner”, de Georges Elliot. Es una novela inglesa, victoriana, de fines del siglo XIX. Os podéis imaginar la aprensión con la que acudí a sus páginas. Me equivoqué. Es realmente interesante, con una muy aguda percepción de la sicología de los hombres y las mujeres. La historia es muy sencillita, pero el análisis que Elliot construye a partir de ella se lee con gusto y con una sonrisa cómplice, la que alguien pone cuando piensa “ya me parecía a mí que aquí había gato encerrado”. No os voy a decir que la leáis, pero para esos ratos sueltos sin demasiadas complicaciones,… De todas formas, leed,… que se os va a olvidar. Nota.- Esta entrada apuntádsela al sábado. No pudo ser porque no tenía Internet
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