Domingo casero
Domingo casero. Por fin, uno. Ni pisar la calle. Tuve dos tentaciones, por la novedad de pasar un domingo entero en Bilbao, que hacía mucho tiempo. Pensé en la posibilidad de ir por la mañana a Miribilla y/o por la tarde a San Mamés. Menos mal que no caí en la tentación. En ninguna de las dos. Seguí al Bilbao Basket por la tele y al Athleti por el Teletexto. Fue suficiente. No hay que caer en las tentaciones, que ya nos lo decían de pequeños.
Y en medio de ese día tan tranquilo dos momentos fueron haciendo que mis neuronas apuntasen hacia la reflexión de esta entrada.
El periódico traía una entrevista con uno de los próceres de este país. Director de empresa, exlehendakari,… se jubila. Y dice que ahora, por fin, va a poder decicarse a su mujer. Hasta ahora debía dedicarse en cuerpo y alma a su trabajo profesional. Ahora ya va a poder “recompensar” a su mujer. Y, ¿ella?, ¿su mujer?, ¿a qué se dedicaba su mujer?, ¿se dedicará ahora a él?. ¿Seguirá dedicándose?, quería decir.
Por la tarde, “oí” una peli que daban en la tele. La oí porque yo estaba en otras historias (con el ordenador, vamos) de espaldas al televisor. Pero, no hacía falta ver nada, con “oirla” se seguía perfectamente. El argumento era muy complicado: Una chica joven está embarazada de muchos meses; le ofrecen la subdirección de la Corporación (era americana) en la que trabajaba y, al aceptarlo, se rompe la pareja. Pero, unos desalmados le roban el bebé que iba a tener. Con la ayuda de su exnovio y padre del bebé robado consigue recuperarlo. Al happy end llegaremos con un trío feliz, él, ella y el bebé. Las últimas palabras de ella son para comunicarle a su -de nuevo- novio que ha renunciado a su trabajo.
Pues menos mal que el sábado era el día contra la violencia de género. Porque el domingo parecía el día de “cuídame los hijos, tenme limpia la casa, prepara la comida, calienta la cama y ponte guapa para que te luzca”. Eso sí, a partir de ahora ya “no te voy a pegar más”.
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