La asignatura ‘maría’
Nerea, 16 años. Fuma porros los fines de semana en la lonja que su cuadrilla tiene alquilada, y también en las fiestas. Muchos de sus amigos lo hacen a diario, pero ella no. Se gasta «entre diez y veinte euros a la semana» en hachís. Pillar le resulta «bastante fácil; demasiado, diría yo». Empezó a fumar el pasado año y no parece que los talleres de drogas que se organizan regularmente en todos los colegios hagan mella en ella. «Lo ponen como algo muy malo, pero no creo que sea para tanto, hay drogas mucho peores. Si no te pasas no es tan peligroso». Fuma para pasar el rato, para «hacer risas». ¿Le afecta en los estudios? «Para nada, a mí no», rebate.
Son más de cinco mil los adolescentes que fuman cannabis a diario en Euskadi. El dato salió a relucir el pasado miércoles, un día después de que la directora de Drogodependencias, Celina Pereda, anunciara su intención de regular en la futura Ley vasca de Adicciones la venta, el consumo y el cultivo de marihuana, bajo la filosofía de que es mejor impulsar un «consumo responsable» que mantener actitudes «prohibicionistas», lo que se entendió como un propósito de legalizar este estupefaciente. La consiguiente polvareda obligó incluso a intervenir a la delegada del Gobierno en funciones para el Plan Nacional sobre Drogas, Nuria Espí, que tuvo que recordar que Euskadi no tiene potestades para legalizar la marihuana. Y tampoco lo pretende, según subrayó la portavoz del Ejecutivo vasco, Idoia Mendia, quien precisó que la ley que prepara se circunscribe al entorno exclusivo de las organizaciones de consumidores legalizadas en Euskadi, la única comunidad autónoma que cuenta con un registro de 'clubes de cannabis'.
«El cannabis es la droga ilegal más consumida y Euskadi, al igual que el resto de España, presenta las tasas de consumo más altas de toda Europa», recuerda Celina Pereda. «Constatamos que muchos consumidores se organizan para hacer un uso colectivo, y queremos establecer unas normas claras para regularlo: garantizar la prohibición a menores, mejorar las campañas de prevención, advertir de los riesgos de estas sustancias, asesorar sobre cómo realizar un consumo responsable…».
Conductas sospechosas
Hora del recreo en el centro de formación profesional Otxarkoaga, en este mismo barrio bilbaíno. Los chavales salen en tromba y se agolpan alrededor de la máquina expendedora de bollería; algunos -pocos- salen a la carretera para fumar. Tres chicos se apartan y sacan papel de liar. Cuando un adulto se acerca para ver si se están haciendo un porro, le miran con recelo y se alejan hacia el monte.
«Algún caso sí he conocido de niños de trece años que fuman cannabis, pero no son frecuentes», aclara José Ángel Mardones, jefe de estudios del centro. «A los dieciséis sí se dan consumos, en los ciclos formativos de grado medio se ven más conductas sospechosas. No diría yo que esté relacionado con otras problemáticas; algunos sí son chavales con fracaso escolar, pero otros sacan notas normales. Los hay de familias desestructuradas que fuman y otros que no, aunque hayan visto la droga en casa. Ante una conducta sospechosa hablamos con las familias; hay padres que se extrañan de que sus hijos fumen porros, y otros reconocen que ellos también lo hacen. Lo que más influye, creo yo, es la cuadrilla».
Asier, 17 años. Estudia un grado medio de Formación Profesional en Fadura. Suele salir a la calle a liarse un canuto en los recreos, «a veces solo, otras con amigos». Luego vuelve a clase. «Porque hayas fumado no significa que no te enteres de las cosas; yo a veces llego a clase 'morao' y me entero de todo», asegura. «Incluso me concentro más».
– ¿Por qué lo haces?
– Pruebas una vez y, si te gusta, sigues. Me gusta el sabor, sin más, no soy un yonqui -se defiende-. Tampoco es tan adictivo. Yo cuando quiera lo dejo.
La psicóloga Pilar Urra trabaja en la fundación Etorkintza con chavales como Asier, consumidores habituales que son enviados por el colegio, la familia o incluso la Fiscalía de Menores. «Detectamos en muchos un consumo abusivo de cannabis en el día a día, en todas las situaciones cotidianas: lo fuman para ir a clase, antes de ver una película en casa con los padres… Es muy preocupante. Cada vez hay más dependencias, porque cuando un adolescente entra en estos consumos suele hacerlo de forma desmedida».
No son casos aislados: más de un tercio de la población vasca -y una mayoría de los adultos jóvenes- declara haber probado el cannabis al menos una vez en la vida. El 2,6% de la población -unas 42.800 personas- lo consume de forma cotidiana. Este porcentaje se dispara hasta el 10,2% entre los jóvenes de 25 a 29 años, el grupo de edad de mayor prevalencia, seguido por el de 20 a 24 años (el 6,1%) y el de adolescentes de 15 a 19 (5,8%). Tanto en lo que respecta al consumo experimental como al cotidiano, Euskadi ostenta el dudoso honor de encabezar los rankings europeos, sólo por detrás de la República Checa.
Trapicheos en la puerta
Pero estos datos, con ser muy preocupantes, ofrecen sesgos positivos: así, aunque el 7,2% de la población vasca haya fumado hachís en el último mes, es la tasa más baja desde el 2000 y consolida un descenso en el consumo iniciado hace cinco años. Entre los adolescentes, además, esta tendencia se hace más acusada: sus tasas de consumo reciente han bajado del 20% al 14% en los dos últimos años. Es verdad que los menores suponen la cuarta parte de los consumidores diarios de hachís, pero seis años atrás eran exactamente el doble, un 50% del total. Por primera vez, y esto es alentador, se advierte un envejecimiento de la población consumidora: si en 1998 el colectivo de 35 a 54 años suponía sólo el 5% del total, hoy son el 26%.
«Hemos tenido tiempos más duros que éstos», confirma Jesús Fernández Ibáñez, director del instituto de Astrabudua. «Hace cinco o diez años se veía mucho más meneo: chicos mayores que se apostaban en la puerta del centro para trapichear, incluso algún alumno que pasaba droga dentro… Algo así puede suceder en cualquier momento, pero ahora es más anecdótico». «En los últimos dos o tres años no está siendo un tema prioritario para nosotros como lo es el botellón, que está mucho más extendido entre los chavales los fines de semana», añade Begoña Muñoz, jefa de estudios en el mismo instituto.
Frente a la idea generalizada de que la experiencia del primer porro es cada vez más precoz, los estudios descubren que se mantiene prácticamente inalterada desde 1994; de hecho, cada vez es menor el porcentaje de los que se inician antes de los quince años. Es un dato importante, porque, al margen de los daños que el cannabis produce en un cerebro en formación, cuanto más precoz es el 'bautismo' en esta droga más elevadas son las tasas de continuidad e intensidad. Según las estadísticas, quienes lo probaron antes de los quince años tienen el doble de probabilidades de seguir consumiéndolo.
Celina Pereda considera prioritario mantener esta tendencia descendente. «Nos preocupa especialmente porque son personas cuyas conexiones nerviosas están todavía formándose, y que están en una fase de estudio». Por eso incide en la importancia de la prevención.
El jefe de estudios de Otxarkoaga coincide con ella. «Es importante generar una educación en los chavales para que sepan decir que no y por qué. Conseguir que tengan una personalidad suficientemente formada para que rechacen lo que no les beneficia, sean las drogas, la violencia o cualquier otra cosa. Si no los educamos para que sean asertivos, tendremos personas muy fácilmente manipulables en todos los aspectos», reflexiona Mardones.
Los casos que atiende la psicóloga Pilar Urra responden a este patrón. «En rasgos generales, no tienen conciencia del daño que les hace. Te sueltan la retahíla de tópicos: el cannabis es mejor que el tabaco, me ayuda a concentrarme para estudiar… Y no sólo en los casos problemáticos. Entre los adolescentes en general hay una normalización excesiva de esta droga y poca conciencia del riesgo». Por eso defiende que se potencie aún más el trabajo de prevención, de modo generalizado en la escuela y en la calle, y también de forma selectiva para que los casos incipientes sean atajados en su etapa más precoz.
La edad de experimentar
«La concienciación es fundamental, se trabaja mucho y de forma sistemática a través de talleres y charlas», incide Fernández. «Los chavales están en la edad de experimentarlo todo: el alcohol, el sexo, los porros… Tienen mucha curiosidad. Y también una gran confusión. Hay una mentalidad muy extendida en la sociedad de que el porro no es negativo. Ese mensaje cala entre los adolescentes. Te dicen: '¡Pero si hay países donde es legal!', o '¡no será tan malo si tiene un uso terapéutico y medicinal!'. A veces remamos contra corriente. También hay mucha permisividad. Mi hija, que ha pasado un año en Granada, me dice que allí si te ven fumando un porro, te llaman la atención y prácticamente te detienen; aquí, en cambio, nadie te dice nada».
Los expertos sitúan el núcleo duro del consumo de hachis en los ciclos de Formación Profesional, donde es un hábito arraigado entre los estudiantes, ya mayores de edad. «Sabemos que algunos entran fumados a clase desde las nueve de la mañana», dice un profesor. «Además, en los últimos tiempos se ha extendido mucho el cultivo de marihuana para consumo propio, muchos jóvenes tienen macetas en huertas y terrazas y eso se nota».
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