«Mi suegro tiene que matarme para limpiar su honor porque soy cristiano»
«Mi suegro tiene que matarme para limpiar su honor porque soy cristiano y me he casado con su hija musulmana». Julián Gómez -nombre ficticio- teme por su vida y advierte de que su «sentencia de muerte» está firmada si alguien no lo evita. Con 24 años, su cuñado le atacó el pasado viernes, sobre las ocho de la mañana, con un destornillador en el barrio bilbaíno de Otxarkoaga. Se lo clavó en repetidas ocasiones. Todo comenzó en el interior de su vehículo. «No conseguía quitarme el cinturón de seguridad y, cuando pude salir del coche, me tiré cuesta abajo rodando. Todavía entonces seguía clavándome el destornillador. Le debo la vida a dos vecinos que intervinieron, porque si no, hoy estoy muerto».
Ilias J., de 26 años, fue detenido por la Ertzaintza en el barrio de Irala hacia el mediodía. Apenas unas horas después, sin embargo, estaba en la calle por decisión de una juez. La Policía autonómica ya había alertado previamente de la peligrosidad potencial del agresor, por lo que la Fiscalía solicitó prisión provisional. Todo fue en vano. Ilias estaba de nuevo en libertad y volvía a ser peligroso, algo que no tardó en demostrar.
El sábado, sobre las 13.00 horas, actuó de nuevo, aunque con una víctima distinta. Esta vez agredió a la madre de su cuñado, que elige el nombre de Begoña García para mantener su anonimato, porque siente «mucho miedo, pánico». También la vigilaba de cerca y la atacó cuando estaba desprevenida, dentro de su vehículo, que tenía aparcado en doble fila. En ese instante, se disponía a realizar las compras en un supermercado del barrio. «Me sacó del coche y me arrastró por el asfalto, me dio patadas, me raspó con un punzón los pechos y la cintura y me mordió. Me pegó tal bocado que casi me arranca un trozo de carne», recuerda.
«No tenemos protección»
Las alarmas se dispararon. «Después de la segunda agresión se ha incrementado el riesgo de forma evidente. Ya en la primera ocasión, el fiscal entendía que había motivos para la prisión provisional, pero la juez no lo acordó así», aclara el fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco. Juan Calparsoro apunta que «lo que se ha decretado es una medida de alejamiento de 500 metros». Desde entonces, Ilias está en paradero desconocido.
Por eso Begoña García se siente herida y abandonada a su suerte. «No tenemos protección, ni tenemos nada. Mi hijo siente pánico y está a base de tranquilizantes. Pero lo peor es la rabia que tengo por dentro porque al agresor lo soltaron sin cumplir siquiera las 72 horas reglamentarias», lamenta.
García no entiende nada. Confiesa que ya no cree en la Justicia, y sólo se pregunta: «¿A qué espera la jueza? ¿A que le lleve el recordatorio de mi hijo muerto? ¿Sabes lo que es estar encerrada en tu casa, sin salir a la calle por miedo, como si fuese tu cárcel?».
Para ella se ha tirado por la borda una ocasión de oro. «Esta juez ha tenido en sus manos al que ha intentado asesinar a mi hijo, y lo ha dejado perder». Lo que tiene seguro García es que Ilias «cumplirá su mandato». A su hijo le clavó siete veces el destornillador en la cabeza, dos en la frente, y tres en el brazo derecho. Una de las punzadas le ha afectado «al nervio de un brazo y ya no lo siente del codo para arriba».
Para su hijo, todo está muy claro. La orden de darle muerte parte de un excomandante del Ejército checheno que se refugió en España hace unos quince años. «Mi mujer se tenía que haber casado con un musulmán checheno. Pero el caso es que ellos han renunciado a su nacionalidad y son españoles actualmente», asegura.
Julián Gómez describe a su suegro como un hombre «dominante, altivo. Siempre hay que hacer lo que dice. Es un dictador. Y el chaval va mandado por su padre a matarme». Desde agosto, la vida de este joven vizcaíno ha cambiado por completo, ha empezado a faltar a su trabajo y teme lo peor para él o para su joven esposa. «Es que tememos por nuestra vida, porque también puede ir a por mi mujer. Así, si se la quita de en medio, ni para él ni para mí. Se pensará que así está solucionado todo».
Retenida en Laredo
La relación de estos jóvenes arrancó el 1 de agosto de 2009, cuando los presentaron. Empezaron a salir casi a escondidas y siempre en grupo. «Lo llevaban un poco oculto», como reconoce la madre de él. El 19 de abril de 2010, saltó su relación a la palestra. Se enteró el exmilitar checheno y retiró a su hija el teléfono y la documentación a mediados de abril. La joven denunció que la tenía retenida en su casa de Laredo y los servicios sociales le dieron la razón. Se fue al centro Santa Teresa, de Santander.
La jueza de menores le quitó la patria potestad al progenitor y decidió que la joven saldría del centro cuando tuviera la mayoría de edad. Eso fue un 14 de mayo de 2010. Entonces fue a casa de su actual marido, con el que se casó el 23 de septiembre de este año. «Es que tardamos nueve meses en conseguir la documentación que le quitaron sus padres», recuerda. Desde entonces, se han cruzado en su camino denuncias y amenazas y un ataque al joven que él define como «intento de asesinato»
«La solución es que mi padre y mi hermano acaben en la cárcel»
«Lo que nos está pasando es increíble. Parece una película de terror. Y la jueza se pensaría eso, que es una película, porque no es normal lo que ha hecho». A la joven de origen checheno no le cabe ninguna duda de que su padre «es capaz de matar a mi marido con tal de conseguir lo que quiere. Y lo que quiere es llevarme a mi país y quitarse de en medio a mi esposo».
Pero la descripción de su progenitor dista mucho de la de un musulmán que obedece los mandatos de Alá, sino más bien la de alguien empecinado en que su hija le obedezca, le guste o no. «No es musulmán. Come cerdo, en ocasiones bebe y hasta ha maltratado a toda mi familia, cuando los musulmanes no lo hacen&hellip Pero el hecho de que me haya marchado de su casa es enfrentarme a él».
Por ahora la joven está condenada a «un infierno total». «Esto ellos no lo van a olvidar jamás. A mi hermano le da igual que vaya a la cárcel, el caso es terminarlo», apunta. «¿Que si amo a mi marido? Sí, y él a mí. ¿La salida que veo? Pues la salida a todo esto la vería si a mi hermano y a mi padre les meten en la cárcel para siempre. Esa es la solución».
En la vida de esta joven de 19 años se han producido muchos cambios, según relata. Su progenitor, cuando sus hijos eran pequeños, les pedía que hablaran sólo en español en su casa. Luego, con el paso del tiempo, el panorama ha dado un vuelco. «Ahora sólo quiere que sepamos nuestro idioma e inculcarnos nuestra cultura y religión. Pero yo soy española. Llegué aquí cuando tenía 5 años, y eso no puede ser», concluye la joven.
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