LA SIESTA QUE NO FUE TAL
Me dispongo a descansar un rato, es algo que me encanta.
Cuando estoy entrando en la cama, recibo una llamada en
“ese “maravilloso aparato” que siempre debo tener abierto, el
móvil. “¡Invento del diablo!” ¿Quién será la persona que me
llama justo en este momento? Intuyo que la llamada viene del
hospital y así es. Myriam, la simpática recepcionista, me avisa
de que una familia necesita mi presencia. En un momento me
visto y voy veloz a coger un taxi ¡es lo más adecuado en estos
momentos! Tras llegar al hospital, subo a la sacristía y después
de coger el libro del ritual de la Unción y el óleo de los
enfermos, me dirijo a la habitación en la que se encuentra la
señora cuyos familiares me han llamado. La señora enferma,
que está más allá que acá, se llama Cunegunda, ¡vaya nombrecito!
Me recibe un señor, que puede ser su marido, lleno
de nervios y de miedo, pidiéndome que haga lo que sea pero
sin que ella se entere. Mi respuesta es que me deje actuar a
mí, que ya tengo una pequeña experiencia de cómo se hacen
estas cosas. Voy recitando las oraciones y el señor en cuestión
va respondiendo, también lo hace una señora que anteriormente
había intentado calmarle a este señor. En fin, aquí hay
criterios muy diferentes.. Cuando concluyo las oraciones, la
señora enferma emite un suspiro –es lo único que ha hecho
hasta ahora–. ¿Qué querrá decir? Al marcharme, el señor me
pregunta que si la señora vuelve en sí, se podría volver a
“dar” el sacramento. Le animo a que se calme un poco y que
confíe en Dios. La muerte y el miedo ante ella plantea cuestiones
que dejan como un flan a los familiares. Así es este
país y sus habitantes.
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