LA MUJER DE LA SONRISA
Entrar en una habitación es casi siempre un misterio.
Cada vez que lo hago no sé con quién me voy a encontrar y
en qué situación va a estar, pero siempre lo hago decidido.
Las personas que se encuentran dentro merecen que yo me
acerque a ellas, porque están normalmente en momentos decisivos
de sus vidas.
Me encuentro con una mujer ya avanzada en años –la lista
me dice que tiene 93– y que conozco desde hace muchos
años. Ella ha formado parte de un grupo de mujeres ya mayores,
que hace algunos años se reunían y divertían en los locales
de nuestra parroquia. Entonces y ahora encuentro en
ella un rostro cariñoso, sonriente; todavía me conoce y eso
me trae recuerdos agradables vividos con ellas, aquellas partidas
de cartas mientras hablábamos de tantas cosas de la vida
de cada día. ¡Es bonito que todavía me siga mostrando cariño!
No sé cuánto tiempo estará entre nosotros en el hospital,
pero seguro que la vendré a visitar mientras sea posible.
Es una mujer que me trae bonitos recuerdos y momentos felices
pasados con ella. Eso es algo que de ninguna manera se
puede pagar, solo acoger. Voy visitándola algunos días, cada
vez la veo más limitada pero me sigue sonriendo y yo me
siento muy a gusto a su lado. ¡Qué importantes son las cosas
sencillas, Señor!
Me encuentro con una nieta de ella y me quedo un rato a
su lado. Está viendo cómo se le va yendo su abuela y ¡esto es
muy triste! Le conozco desde hace algunos años y me parece
una joven ¡tan preciosa! Seguro Señor que esta situación que
ella vive le va a ayudar mucho para llegar a madurar en su
vida. ¡Gracias, Señor, porque de formas que no logramos entender,
nos vas ayudando a ser cada vez más nosotros mismos
y a realizar con sentido nuestro caminar aquí!
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