Mientras tanto en 2030…
7:19 de la mañana, Jacinto y María duermen. Entre los dos suman arrugas como para 150 años de vida dura. 7:26, Jacinto se despierta, María le está mirando, se miran, sonríen, solo el despertar es un verdadero triunfo. El sol no ha salido aun, el despertador no ha sonado, los viejos no necesitan más razones que la de vivir para eso. Solo duermen menos, han vivido mucho y saben que la vida hay que vivirla estando despiertos.
Salen de la cama. María se pone la bata, prepara el desayuno. El silencio solo se rompe al encender la televisión. No hay conversación, la mirada y la caricia es su lenguaje, mucho más avanzado que el habla, sólo al alcance de los que ya se lo han dicho todo. Se sientan a desayunar, Jacinto ya está vestido. En las noticias Ramón García cuenta como van a ser las campanadas de 2030, por la ventana se empieza a ver algo de luz. Entre los dos meten las cosas en el lavavajillas, Jacinto besa a María, va a la cómoda que hay en la entrada de la casa, abre un cajón, en una caja de cartón hay dos billetes de 20 euros, uno de de cinco, lo coge, se abrocha la chaqueta y sale de casa.
En la calle apenas hay gente. Saluda al del kiosko y le compra un periódico, el Athletic ha ganado al Barça en la liga de la Repúblicas Ibéricas. Sigue caminando hasta la parada del autobús. Se monta. Jacinto mira por la ventana, cada vez hay más gente por las calles. Las farolas se apagan, el sol se refleja en los cristales mojados por la lluvia de la noche con cada vez más fuerza. Jacinto pulsa el botón de parada y se baja, se dirige a un portal y llama al 3º C. Pulsa el timbre, dos cortos, uno largo, tres cortos. Le abren y sube en el ascensor.
Arturo y Vicente ya están en el piso, Roberto no va a aparecer, se fue el mes pasado, un Ictus. Le toca a Jacinto cambiarse de ropa para estar como sus compañeros. Impolutos con sus trajes y corbatas, salen de la casa, elegantes ancianos con gabardina y zapatos relucientes. El ascensor les lleva hasta el garaje, entran en el coche, Vicente conduce. En la calle una nube ha tapado el sol, amenaza con llover.
11:36 de la mañana, el coche se detiene a cinco metros de una sucursal del BBVA, es día de cobrar la pensión, otro coche está enfrente, a unos 10 metros. Las luces se encienden, se apagan. dos cortos, uno largo, tres cortos. Jacinto está en el asiento de atrás, saca unas caretas de una bolsa de deporte, se las ponen los tres. Debajo están las herramientas, Jacinto coge una escopeta y Arturo un subfusil, una pistola para cada uno al cinturón.
De nuevo las luces, dos cortos, uno largo, tres cortos. Salen del coche, el motor sigue arrancado, Vicente permanece al volante, esperando. Se dirigen al banco, las gabardinas ocultan sus armas. Jacinto, Javier y Fernando entran en el Banco, Arturo y Mario se quedan en la puerta. Los detectores de metales animan la música de la sucursal y los tres tenores empiezan a tocar, los trozos de techo empiezan a caer como si de nieve se tratase, que bonita es la Navidad. Jacinto se acerca al mostrador. Les lanza cuatro bolsas, les ha quedado claro lo que tienen que hacer.
11:42 los cinco salen de la oficina, dos bolsas para cada coche. En cuanto están montados Vicente aprieta el acelerador, 8 manzanas más adelante tuerce la calle, aminora la marcha, se quitan las máscaras. Un poco más adelante se detienen, cambian de coche, cada uno con una bolsa. La nube parece que ya se ha ido un rato dejando al sol campar a sus anchas. Por el retrovisor una columna de humo negro se eleva al cielo desde el coche anterior. Continúan hasta el piso franco. Entran en el garaje. Suben al ascensor. Jacinto y Arturo limpian sus armas y las colocan sobre la mesa con la munición que ha quedado mientras Vicente divide el dinero en siete partes iguales. Se vuelven a vestir con su ropa. Cada uno sale de casa con dos sobres. 12:49. Diez minutos después Sebas entra en el piso, recoge la ropa, las armas y un sobre.
Jacinto vuelve al autobús, veinte minutos después llega a su parada, una residencia para la tercera edad, tercera planta, Jorge está sentado, mira llover a través de la ventana, Jacinto se sienta a jugar a cartas con el, Jorge nunca ha rechazado una partida de cartas, es de lo poco que se acuerda, ya no reconoce a Jacinto. Jorge gana, como siempre. Jacinto sale del edificio con un solo sobre. Vuelve la lluvia. Un negro mar de paraguas se agita, olas de gente comprando, yendo de aquí para allá jóvenes ajenos a lo que el futuro les espera, los más conscientes, los cobardes que sueñan con que el parachoques de un autobús les ahorre la ancianidad.
Vuelve a casa. Al entrar besa a María, se quita la chaqueta y se dirige a la cómoda de la entrada. Saca los billetes del sobre y los mete en la caja de cartón, hay como para siete meses. Sobre la cómoda una foto de 15 años atrás, se queda mirándola, Javier, Arturo, Vicente, Jorge, Fernando, Sebas, Mario, Gorka, Jon, Roberto, Juan y Jacinto posan con la Ikurriña en la cima del Gorbea. Algunos ya no están. La comida ya está hecha, sonríe a María y se sienta a comer junto a ella. En las noticias, un atraco en una sucursal del BBVA, María coge el mando y apaga la televisión, vuelve el silencio a la casa para que se pueda escuchar un “te quiero”.
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