LA MUJER QUE DESEA SABER EL PADRE NUESTRO
Me encuentro con Felipe, un navarro de Tierra Estella,
con muchos años en Bilbao, pero con el espíritu originario a
flor de piel. Felipe se encuentra en una situación delicada y
ya, oteando el final de su vida entre nosotros.
Tras un rato de estar con él, ya me voy yendo y una joven
que se encuentra a su lado, me detiene un momento. Quiere
hacerme una consulta.
Ella, movida por el amor a su padre, le acompaña en todo
momento y en tanto tiempo que permanece a su lado, descubre
que a su padre se le han olvidado algunas palabras del
Padre Nuestro y cuando se dispone a orarlo, no se siente bien
cada vez que el hilo de la oración se corta; su deseo sería recitarlo
de corrido, pero no hay posibilidad ya de hacerlo.
Aunque ella ya no es creyente, quiere que yo le enseñe el
Padre Nuestro y el Ave María. Su deseo es el de poder, en el
momento oportuno, ayudar a su padre a orar.
Nos sentamos en una salita cercana a la habitación y le voy
dictando el Padre Nuestro, el Ave María y el Gloria. De repente
le surge de dentro una expresión: “¡Si mi madre me
viera hacer esto! ¿Qué diría?”
Es curiosa la escena. ¡Qué bonita!
A mí este momento de estar con ella me supone perder el
autobús, que puntualmente, a las horas y diez minutos, parte
para Bilbao. Me dispongo a hacer auto stop para que no se
me haga muy tarde la hora de llegar a casa. Estando en ello,
pasa a mi lado la hija de Felipe y muy amablemente, me lleva
hasta el barrio. Esto es algo tan curioso que me acerca a sentirme
en el camino de lo real y lo precioso de la vida.
Voy, en los días sucesivos, viendo a hija y padre en la capilla.
Ella le va leyendo el evangelio del día y el padre permanece
en una atención muy delicada, como deseando entrar en
lo que Dios le vaya mostrando día a día.
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