ENTREGARTE EN LOS BRAZOS DEL PADRE
Jaime, todavía podías haber seguido entregándote, pero…
Eras un hombre de mi barrio y entregado a él. Has ido viviendo
estos años la experiencia, desesperanzadora en sí, de
ir subiendo y cada vez más frecuentemente al hospital; subidas
y bajadas que te iban diciendo, más claramente conforme
iban siendo más frecuentes, que tu vida entre nosotros se iba
acabando.
Y a pesar de tanto trajín, yo siempre te encontraba sereno,
tranquilo, rodeado de tu mujer y tus hijas e hijo, siempre a tu
lado.
Eras bajito de estatura, pero un gran hombre. En los 40
años que te entregaste a la Mutua, –esa asociación tan querida
en nuestro barrio– implicado en llevar adelante los temas
económicos, sin ningún beneficio económico y siempre dejando
las cosas claras, diste la talla que mantuviste hasta el
final de tus días.
Eras un asiduo de nuestra Parroquia, siempre dispuesto a
echar una mano. Por todo esto, te mostraste como una persona
entrañable y en tus entrañas te fuiste despidiendo.
Es la vida de aquí la que se nos escapa; o mejor, la entregamos
en los brazos del Padre.
Descansa en paz de todos tus trabajos y sudores, Jaime
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