EL ULTIMO ADIÓS
Desde hace unos días se encuentra hospitalizado entre
nosotros un hermano franciscano, Felipe. Es un hombre alto
y fuerte, entrado ya en la década de los 80, pero que a pesar
de encontrarse muy limitado, no expresa en su cuerpo la edad
que tiene. Me acerco a él en el momento en que hace su entrada
en la habitación, acompañado de su hermano y superior
de la comunidad, Biktoriano. Se encuentra en tal situación
que no me reconoce y yo me quedo un poco apenado
por ello.
Le voy visitando en días sucesivos y ya desde el día siguiente,
recuerda quién soy yo. Eso me ayuda a sentirme cercano
a él. Nunca hemos tenido una relación muy estrecha,
pero es un hermano de nuestra familia franciscana y me
siento unido a él. Cada día que le visito le doy la comunión.
El Señor de la Vida es recibido por Felipe con una acogida
profunda; se va haciendo uno con Él en su propia pasión.
Un día, después de darle la comunión y estrecharle la
mano, descubro que por su parte hay un apretón fuerte y
continuado. ¿Será la despedida final? Con ese sentimiento
salgo de la habitación y sigo visitando otras habitaciones y a
los enfermos que en ellas se encuentran.
A los pocos días de esto, recibo una llamada por teléfono
de mi amigo y hermano de la fraternidad de Felipe, Antonio,
y me expresa lo que ya temía: aquel había sido el último adiós
de Felipe. Ese mismo día celebramos su funeral en la parroquia
de su comunidad. ¡Que el Señor te reciba en sí para
siempre, a ti que fuiste su ministro en esta Tierra nuestra!
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