Otra inmigración
La semana pasada me encontré con Bader en una tienda de deportes. Yo iba buscando una ropa y él se encontraba trabajando de dependiente allá.
Algunos conoceréis a Bader, otros no. Sin ningún ánimo de exhaustividad, os situaré con un par de datos de su biografía, en la medida en que se entrelazó con la mía.
Bader llegó de Marruecos hace unos 6 años, cuando tenía 12 ó 13. Era un ilegal que contaba una hazaña épica para
explicarnos su llegada (escondido en un camión, decía), aunque nunca supimos del todo si esta peripecia y las que siguieron sucedieron como él las contaba o tenían menos adornos.
Llegaba escolarizado en francés, de una ciudad grande (no del campo) a ganarse la vida. Y, como otros muchos, acabó (o empezó, mejor) en la Escuela Profesional de Otxarkoaga. Yo fui su primer tutor, hasta que tuve la suerte (sobre todo, la tuvo él) de dejarle en manos de quien podía hacerlo mucho mejor. Y lo hizo.
Pues bien. Bader, la semana pasada, me dijo varias cosas. Todas ellas en un plazo de tiempo muy breve. Os repito algunas. Y las escribo tal como me vienen a la memoria (que no es lo que mejor tengo), sin ningún orden. Vosotros podéis colocarlas en orden, de la más importante a la menos, de la más curiosa a la menos, de la más creíble a la menos; como queráis. Yo sólo me reservo una pequeña conclusión, que, aunque la comparta con vosotros, es mía.
Me dijo: “gracias”. Sin más. Sin razones.
Me dijo que seguía en contacto con aquella tutora (casi una madre, en este caso) con la que tuvo la suerte de tropezar al poco de llegar; que hablaba con ella algo así como una vez a la semana.
(Nota adelantada: quede claro que yo nunca fui un ingenuo en mis relaciones con él; que supe que me engañaba o, al menos lo intentaba, muchas veces; que yo era consciente de que no era oro todo lo que relucía)
Me dijo que llevaba seis meses consecutivos trabajando en aquella tienda. Y eso no es un trabajo fijo, pero tampoco el trabajillo que uno encuentra para tirar un par de meses. Y eso significa estabilidad, si la hay hoy en algún trabajo. Y eso significa posibilidad de pensar el hoy y el mañana de forma diferente.
Me dijo que se iba a poner a estudiar. ¡Comercio! Y le deseé lo mejor porque valía (en aquellos ayeres) para hacerlo y porque de ese mundo, posiblemente, venía cuando llegó.
Y me dijo que “mañana bajo a Marruecos”. Por primera vez en seis años. Volvería a ver a su madre. Por primera vez en seis años. Y, aunque él no me lo dijo, yo pensé que ya no necesitaría entrar en España escondido en los bajos de un camión.
Hoy lo imagino en Marruecos. ¿Feliz? Marruecos debería ser su vida, no sus vacaciones. Pero, por fin, tiene vacaciones.
Una sola conclusión: a veces es extraordinariamente patente que mereció la pena dedicarse al mundo de la educación.
Últimos comentarios