¿PARA QUÉ SIRVE UN CAPELLÁN DE HOSPITAL?
El ambiente ha cambiando hoy. Llueve con el xirimiri tradicional
de Bilbao en tiempos otoñales. La calma reina en el
hospital y parece como si nada especial estuviese ocurriendo
hoy.
Ayer me llamó intensamente Carmen, mi compañera de
fatigas, para que subiese al hospital. Mis compromisos pastorales,
en los barrios de Otxarkoaga y Txurdinaga, me lo impidieron
y dejé lo de subir al hospital para hoy por la mañana.
En el entre tanto, la persona con la que tenía que haber celebrado
el sacramento de la Unción, ha fallecido. ¡Ya no hay
nada que hacer!, pero no es cuestión de darle vueltas a este
asunto. Y es que, muy a menudo, sucede lo mismo: al capellán
del hospital le llaman cuando la persona enferma se encuentra
en una situación clara de inconsciencia. ¡El miedo a
la muerte!
Asumo el no poder estar en todo, pero por dentro me
queda una sensación de malestar por la forma en que asumimos
la realidad de la muerte entre nosotros. ¡Es curioso lo
nuestro!
Un capellán de hospital es una persona, normalmente sacerdote
o, como me llaman muchas veces los enfermos,
padre. Una persona que puede caer más o menos simpática a
los enfermos y sus familiares, con la que éstos pueden sentirse
más o menos acogidos y por lo tanto, en mayor o menor
cercanía. Una persona a la que normalmente no se plantean
cuestiones que tienen que ver con temas de tipo religioso,
aunque es más fácil la incursión en temas de espiritualidad o
de sentido de la vida, lo cual es precioso muchas veces.
Creo, recogiendo mi experiencia de tres años y medio
como capellán de este hospital de Santa Marina, que no es
necesario llegar a cuestiones transcendentales. Lo decisivo es
que vamos haciendo un camino juntos enfermos y familiares,
los distintos profesionales del hospital y nosotros, los que
nos expresamos desde nuestro ser el equipo de pastoral de
este lugar.
Pero cuando el miedo nos atenaza y nos impide acercarnos
a la realidad y lo que consigo trae, algo me dice que nos
tenemos que poner las pilas para avanzar.
Decía antes que “no hay nada que hacer”. Pues no, hay
algo muy importante y que yo me dispongo a realizar. Y es
que hay unas cuantas personas que se encuentran rotas y necesitan
apoyo y cercanía.
Como tengo el número de teléfono de la familia, les llamo
y les envío mi más sentido y cercano abrazo, ofreciéndome al
mismo tiempo a estar dispuesto a compartir un momento
con ellos, si así lo desean.
Quizá algún día nos encontremos y será bonito estar a su
lado; bonito porque no hay nada tan precioso como compartir
la realidad, sea ésta cual sea; escuchar y acoger. ¡Merece
la pena!
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