ENTRE EL HOSPITAL Y LA ATENCION A MI MADRE
Me encuentro pasando unos días en Pamplona, lugar del
que soy originario y donde habitan mi madre y mi hermano.
Mi madre empieza a sentir molestias a la hora de sentarse y
empezamos a preocuparnos, pues la situación no es nada normal.
Tras la correspondiente visita a la doctora de oncología
del hospital, se nos comunica lo que temíamos: nuestra amatxo
tiene un cáncer muy avanzado y le queda un máximo de cuatro
meses. Parece como si algo grande y profundo se derrumbase
y la lágrima surge con rabia y desplome del cuerpo.
Mi hermana, que vive en La Palma, toma una seria determinación:
abandonar la isla y permanecer al lado de mi
madre hasta el final. Los hermanos, reunidos en Pamplona,
decidimos que vamos a hacer todo lo que esté de nuestra
parte para que nuestra madre tenga una calidad de vida inmejorable
hasta el final de sus días y que su despedida definitiva
la vamos a realizar en casa.
A lo largo de estos cuatro meses, hemos ido haciendo, día
a día, lo que correspondía. Hemos contado con el apoyo impagable
de los dos hermanos de mi madre que viven en el
mismo barrio, Errotxapea. Ha habido muchos momentos de
lloros y de gozos compartidos. Día a día experimentábamos
que Petra se iba debilitando cada vez más, se alimentaba a base
de verduras enriquecidas con proteínas de carne de caballo.
La intervención de la médico y la enfermera de cabecera,
así como del cuadro médico y psicológico, mi buen amigo
Iosu Cabodevilla, ha sido a pedir de boca, inmejorable.
Voy dos días a la semana a Pamplona, las Navidades las
paso casi enteras al lado de mi madre, pero el día 4 de enero
vuelvo a Bilbao, a encontrarme con los compañeros y compañeras
del Hospital, así como con los internos y sus familiares.
Intento realizar mis encuentros con los internos, como
siempre lo he hecho, con cercanía y cariño, pero mi mente y
mi corazón están en un continuo viaje a Pamplona. Ni puedo
ni quiero dejar a mi madre alejada del cuadro de mi atención.
El 9 de enero, domingo, a las 11,40 de la mañana, recibo
una llamada telefónica de mi hermano. La amatxo ha emprendido
el viaje definitivo de su vida. Todo se ha consumado.
Ese día me toca celebrar la eucaristía 20 minutos más
tarde. En ella van a bautizarse dos hermanos de 16 y 28 años
y yo les he prometido que presidiré la celebración. Así lo
hago. Pensaba ser fuerte y no tener interrupciones a lo largo
de la celebración. Pero no ha sido así. ¡Es mucho el amor que
he recibido de mi madre a lo largo de mi vida, de 60 años casi
cumplidos!
Por la tarde, con una familia amiga, voy a Pamplona, la
vieja Iruña. Allí, en un tanatorio, se encuentra el cuerpo ya sin
vida de la persona que más me ha querido y a la que más he
querido. Pero la vida sigue y yo volveré a Bilbao, a seguir encintrándome
con personas de uno y otro sexo, con las que seguiré
compartiendo lo más hermoso que tenemos, la vida
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