Las vivencias de Joseba en Santa Marina
JOSEBA Bakaikoa está bastante familiarizado con la muerte. En los últimos años ha presenciado el ocaso de muchas personas. Ya no le impresiona. “Cuando estoy delante de alguien que ha fallecido”, comenta Joseba, “me quedo unos minutos en silencio contemplándole y me voy; pero no me produce malestar porque lo que veo es el misterio de una vida entregada a Dios”. Por desgracia, esa escena se repite muy a menudo en el hospital de Santa Marina, donde Joseba ejerce de capellán. Desde hace diez años, él y otras dos personas, una religiosa y otra seglar, acompañan a los enfermos terminales y a sus familiares a hacer más llevadero el trance de la muerte. Les proporcionan cariño, espiritualidad y acompañamiento. De las experiencias vividas, Joseba publicó el libro Ante el final de la vida. Mis vivencias en el Hospital de Santa Marina, donde cuenta “pequeñas historias”. Unas historias que ha escrito en un modesto piso de Otxarkoaga donde vive en comunidad con otros hermanos capuchinos. Joseba llegó al barrio hace 30 años porque quería “vivir el Evangelio”, como dicta la regla de san Francisco de Asís, el fundador de su orden, “dentro de unos criterios de pobreza e inmerso en la realidad social”.
El mundo de los números no le terminó de “enganchar” a Joseba a pesar de que terminó la carrera de Peritaje y Profesorado Mercantil. A los 23 años se dio cuenta de que su vida no iba estar encaminada hacia la empresa. “Me sentí llamado desde el aspecto de dar respuesta a una problemática social, de compartir con la gente, de vivir en fraternidad”. Eso es lo que le movió a entrar en el noviciado de los Capuchinos, en Santa Engracia (Zaragoza), y el ejemplo de un tío suyo que ya estaba en la orden. “De alguna manera influyó en mí, pero es curioso que cuando yo entré, él se salió”. A pesar de ello, Joseba siguió firme en su convicción de hacerse religioso. Fue ordenado sacerdote por monseñor Setién en Renteria, y su primer destino fue Altsasua, localidad muy cercana a Etxarri-Aranaz, donde se crió. Pero antes de tomar posesión estuvo un tiempo en Lazkao aprendiendo euskera. Y tras cuatro años entre Nafarroa y Gipuzkoa, aterrizó en Otxarkoaga. “Yo quería vivir en una pequeña comunidad”, recuerda Joseba, “y el provincial me planteó venir aquí porque hacía poco que había salido un compañero”.
Así que aceptó. Corría el año 1985. Se encontró con una realidad muy dura. Pero enseguida se adaptó. Joseba fue uno de los impulsores de Bizitegi, una asociación que comenzó a “dar respuestas a problemáticas de personas con enfermedades mentales, drogadicción y gente que vivía en la calle”. Y ahí sigue, realizando la misma labor de compromiso social con los más desfavorecidos, además de colaborar con la diócesis de Bilbao en las parroquias de Otxarkoaga y Txurdinaga.
“La unción de los enfermos es un sacramento por el cual la persona enferma recibe la fuerza del Señor para poder vivir en paz y tranquilidad”
Pero quizá la “misión” que más satisfacciones le ha dado en los últimos diez años es la que realiza en el hospital bilbaino. “Me llamó José Luis Atxotegi, que entonces era vicario de la diócesis, y me planteó ir de capellán a Santa Marina”, recuerda. Reconoce que “no había estado nunca en una misión tan concreta, pero pensé que podía ser una alternativa para mí, y la verdad es que acerté, porque me siento muy a gusto en Santa Marina”.
LABOR Hasta allí va uno o dos días a la semana con el único cometido de “compartir mi tiempo con personas que están enfermas y sus familiares”. Su trabajo tiene dos vertientes. “Por un lado”, dice, “respondemos a demandas de tipo espiritual, religioso, como dar la unción de los enfermos, comulgar o confesarse, y dentro de lo que podría llamarse función social, hablamos, dialogamos con la gente”. En este punto de la conversación es cuando quiere aclarar que “la unción de los enfermos, que ya no se llama extremaunción, es uno de los sacramentos más preciosos”. ¿Y en qué consiste? “Es un acto por el cual la persona enferma recibe la fuerza del Señor para poder vivir en paz y tranquilidad esa situación tan dura que está atravesando”, contesta.
El problema, según Joseba, es que “hay un miedo muy extendido a la muerte y los familiares de los enfermos nos llaman para que le demos la unción cuando ya no están conscientes para que no se enteren”. Y repite: “La unción es algo precioso y da mucha paz a los enfermos”. Lo ha podido comprobar muchas veces. También ha visto que “al final, la gente acepta la muerte”. Y usted, ¿tiene miedo a la muerte? “Yo, ante la realidad de la muerte, me siento tranquilo, pero como todavía no me ha llegado el momento, no se lo que me pasará
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