«Dicen que todos los magrebíes robamos. Queremos demostrar que la mayoría estudia, trabaja y hace cosas buenas»
La asociación Tendel de Otxarkoaga ayuda a quince menores extranjeros no acompañados «para que puedan tomar las riendas de su vida». Les da formación y le facilitan viviendas. Ellos, a cambio, tienen que cumplir una serie de obligaciones
Hace cinco años Mbarek Benzaid llegó a Algeciras desde Marruecos oculto en los bajos de un camión. Tenía 15 años y viajaba solo. El joven marroquí cuenta, sin querer profundizar en detalles, que sobrevivió con la ayuda de un amigo que hizo en ese viaje. Fue el inicio de un sombrío peregrinaje, que dos meses y medio después le trajo a Bizkaia. «De Algeciras fui a Jerez. Allí me encontré con un conocido que me pagó un billete a Tarragona. Tras unos meses conviviendo con él, decidí venirme a Bilbao. Me dijeron que aquí era más fácil arreglar los papeles», cuenta Mbarek. Como muchos inmigrantes que entran en el país de forma irregular, buscaba un futuro mejor.
Otro marroquí, Omar Mouredi, de 19 años, le acompaña. Su historia tiene matices diferentes: «Soy de los pocos que no tuve que engancharme a los bajos de un camión para entrar en el país. Tuve mucha suerte porque me mandaron el pasaporte desde aquí y solo me tuvieron que poner el visado». Tiene 19 años y estudia un grado medio de mecánico. «Mi idea es conseguir el título, coger experiencia y volver a mi país para montar un negocio». ¿Aquí eres feliz? «Sí… más o menos. Un 60%, diría yo. Me falta mi familia. Es la parte más jodida. Vine con 16 años y aunque en verano suelo pasar un mes con ellos y hablamos mucho por skype… se me hace muy duro», cuenta con tristeza.
En total son quince muchachos que llegaron a Bizkaia de forma ilegal. Detectados en la calle por la Policía, la Diputación les internó primero en su centro de Amorebieta y luego les derivó a otros. Una vez cumplida la mayoría de edad, dejaron de estar bajo la protección de las instituciones públicas. Todo lo que rodea a los ‘menas’ -menores extranjeros no acompañados- siempre se ha visto salpicado por la polémica. La asociación Tendel de Otxarkoaga lleva más de cinco años trabajando con ellos. «Muchos chavales han pasado temporadas en la calle o en los albergues municipales, ya que no tienen recursos. Fracaso tras fracaso, se ven envueltos en la misma situación, lo que crea dinámicas que se eternizan en el tiempo y que reproducen modelos sin salida. Desde Tendel queremos darles una oportunidad y acompañarles en un proceso de formación laboral para que puedan tomar las riendas de su vida», explica Álvaro Pérez, coordinador de la asociación.
Los quince muchachos conviven en cuatro pisos de Otxarkoaga, cedidos por Viviendas Municipales, sociedad dependiente del Ayuntamiento de Bilbao. Cada piso tiene 56 metros cuadrados repartidos en cocina, salón, baño y dos habitaciones. Ellos, como contraprestación, restauraron el portal, arreglaron todas las grietas y pintaron la escalera. Además, a diario echan un cable a todos los vecinos que lo necesitan. «Como no hay ascensor, solemos ayudar a las señoras mayores a subir las bolsas de la compra o a tirarles la basura», apunta uno de los jóvenes. Disfrutan de este proceso al máximo porque saben que tiene fecha de caducidad. Dos años. En ese tiempo, los chavales tienen que cumplir varias obligaciones: acudir a clase, donde estudian un módulo; estar en el club de fútbol sala Otxartabe, para ayudarles en su integración y que se creen lazos de unión entre ellos; y participar en las actividades del barrio.
El antes y el después de algunos de los arreglos que hicieron el grupo de jóvenes en el edificio en el que viven.El antes y el después de algunos de los arreglos que hicieron el grupo de jóvenes en el edificio en el que viven.El antes y el después de algunos de los arreglos que hicieron el grupo de jóvenes en el edificio en el que viven.
«Dicen que todos los magrebíes robamos. La mayoría estudia, trabaja y hace cosas buenas»«Dicen que todos los magrebíes robamos. La mayoría estudia, trabaja y hace cosas buenas»
No siempre se acierta al hablar sobre inmigración, aunque esté en boca de todos. Frases como «los inmigrantes abusan de las ayudas sociales», «no quieren integrarse», «nos quitan nuestro trabajo»… están a la orden del día. Pero ellos hacen oídos sordos. «Que digan lo que quieran. Hay gente buena y mala de todas las razas y colores», dice Mbarek, a la vez que asegura que «la convivencia con los vecinos es buena y no notamos rechazo. La gente aquí es súper maja. Estamos muy integrados y somos unos vecinos más».
¿Y cómo es la convivencia entre vosotros? «Muy buena también. Todos colaboramos en las tareas del hogar y cumplimos unas normas. Nos llevamos todos estupendamente», apunta Omar. A las mañanas el grupo de jóvenes estudia en el Centro Formativo Otxarkoaga. Por las tardes, realizan diversas tareas. Dos días entrenan con el equipo de fúbol sala y el resto, unos ayudan en la asociación dando clases de castellano a los más pequeños y otros entrenan a los equipos inferiores. Cuando sacan tiempo, van al gimnasio. Son muy presumidos y les gusta cuidar su imagen. Solo hay que echar un vistazo a su indumentaria: camisa entalladita, pantalón pitillo y deportivas llamativas. Como a todos los jóvenes, les gusta la fiesta, pero son pocos los fines de semana que salen a divertirse. «La Mao Mao Beach nos encanta. Nos lo pasamos muy bien», apuntan mientras se dirigen miradas cargadas de pillería.
Se abre la puerta del piso donde charlamos y aparece un miembro de la asociación. El grupo de jóvenes corre hacia él para darle un fuerte abrazo. Es Rodrigo García, el entrenador de fúbol sala, educador, padre… sus funciones son muy variadas y tremendamente enriquecedoras. Y, como era de esperar, no remuneradas. «Empecé a colaborar con Tendel hace tres años. Atravesaba un momento personal complicado y me apetecía colaborar en un proyecto solidario. Mi idea no era estar aquí mucho tiempo, pero al ver lo gratificante que es… me enganchó y colaboro en todo lo que puedo», cuenta. Aprovecha todo el tiempo que le deja libre su pequeño negocio para estar con los chavales: «Les gusta mucho el cotilleo, ver ‘Hombres mujeres y viceversa’… y ¡jugar al parchis! Me lo paso genial con ellos. Son muy cariñosos. Como están alejados de sus familias, siempre nos abrazan cuando nos ven… Es muy gratificante», dice emocionado.
Rodrigo y Moussine son sus ángeles de la guarda. Si Rodrigo se asemeja a esa figura paterna, Moussine El Haddadi hace las labores de hermano. Es marroquí, como ellos, y entiende mejor que nadie cómo se sienten. «Todos llegan con un escudo, pero con el tiempo, empiezan a conocernos y poco a poco van colaborando», explica. Los chavales se lo agradecen. «Cuando van a visitar a sus familiares de Marruecos nos traen detalles. Siempre se acuerdan de su familia de Bilbao». Moussine tiene 22 años y una madurez impropia para su edad. Trabaja con todas sus ganas para que los ‘menas’ luchen por su futuro con uñas y dientes y sueña con construir un mundo que les de una oportunidad. «Siempre se oye por ahí que todos los magrebíes roban y que somos malos… Yo quiero cambiar esa imagen. Quiero que se vea que la mayoría estudia, trabaja y hace cosas buenas».
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