Paseo por los elevadores del Botxo
Todos los ascensores de Bilbao son gratuitos salvo dos, que conducen a excepcionales miradores de la ciudad para observarla desde todos los ángulos
Vivir en un ‘botxo’ es bonito porque ofrece todo tipo de vistas: desde abajo, desde arriba, los bosques casi rodeando un fondo lleno de edificios y, desde los barrios altos, hasta del curso completo de la ría hacia el mar en los días buenos. Pero a más de un vecino se le puede estropear la foto. Hacérsele muy cuesta arriba. Por los metros de desnivel. Así que en Bilbao se tiene una gran experiencia en eso de inventar herramientas para hacer menos costosa la subida (y la bajada). Ahí está el funi, centenario ya. Y la red de transporte público. Y para llegar cuando los autobuses no pueden –y además gratis– los ascensores públicos, que son una institución en esta ciudad.
Hay muchos. La mayoría son muy modernos, pero hay otros con solera. De estos últimos un par están cerrados desde hace tiempo, aunque siguen siendo visibles y forman aún parte del paisaje. Utilizarlos todos –y disfrutar de las vistas en la mayoría– requiere proponerse una excursión en toda regla. Es que hay una larga lista a la que este otoño le han surgido, como setas por los bosques, un nuevo montón de miembros. Sobre el soterramiento de las vías en la unión de los barrios de Basurto y Rekalde están terminando no uno, sino dos ascensores; en Ollerías, las escaleras ya no serán lo mismo gracias a otro de estos mecanismos.
En el centro
Esta parte del camino es suave, no requiere apenas esfuerzo físico. En este tramo destaca, por supuesto, el ascensor que une la calle Esperanza con Begoña, una obra de patrimonio industrial de 1949 cuyo perfil sobrevuela el Casco Viejo. Cerró hace tiempo pero aun muestra el cartelillo que indica por qué se construyó. La razón no es otra que unos cuantos metros de desnivel entre el Casco Viejo y el barrio que tiene justo encima en este lado. 45, de hecho. Si se suben las escaleras de Mallona o se utiliza el ascensor de Metro Bilbao (de pago) se puede apreciar a la perfección la distancia. Y se tienen muy buenas vistas.
Otros menos atrevidos, pero igualmente útiles, están en la zona de Castaños. Allí, en la Plaza del funicular, uno sube al barrio de Matiko y conecta con la estación de Euskotren. Muy cerquita de éste, en la Plaza Moraza, hay otro elevador chiquito. Acercarse hasta allí permite ver algunos de los rincones más originales de la Villa, tanto los de diseño moderno como los antiguos (como el edificio pintado de amarillo de Matiko 3 y 5). Y volviendo al paseo junto a la ría, dejando pasar los ascensores gemelos del Puente de La Salve, al menos de momento, se llega al que hay en la Pasarela Pedro Arrupe, delante de la Universidad de Deusto.
La siguiente parada en la ruta está ya al otro lado, en el nuevo elevador que lleva del paseo de Abandoibarra a Mazarredo. Si al salir de la cabina se tuerce a la izquierda, se llega en un par de minutos a la altura de la Plaza de la Convivencia, que es el lugar al que baja este ingenio mecánico, y de ahí se enlaza con la pasarela Zubi Zuri.
Ahora sí merece la pena darse unas vueltas en los de La Salve. En la parte baja del puente, las taquillas y los carteles están como la última vez que se vendieron allí billetes. Con colilla tras el cristal incluida, como si fuera parte del atrezzo. Pero lo importante es que cualquiera de estos elevadores sitúa al paseante en una de las zonas altas de la ciudad sin sudar ni despeinarse, a no ser que haga mucho viento arriba.
Aquí, en la margen derecha de la ría, los ascensores son toda una necesidad. Puede que no se aprecie tanto en el primero, a la izquierda de la carretera –Mirador de Bilbao: conecta las calles Maurice Ravel y Etxezuri y toda esa nueva urbanización, y ofrece una panorámica alucinante de la ciudad–, pero sin duda sí en los siguientes a lo largo de Maurice Ravel y Zumalakarregi, a ambas orillas de la carretera.
Entre bosques
A medida que la ruta se aleja de La Salve, van apareciendo desde los dos que salvan las interminables escaleras de la calle Trauko, a la derecha –y por allí hay, de propina, un tramo de escaleras mecánicas en otra callecita–, hasta un poco más adelante el que sube de la calle Tutulu a la calle Bakio. La zona es muy tranquila y da fe de que la ciudad va trepando por las laderas, metiéndose en los bosques y camuflando barrios que, desde abajo, apenas son visibles.
Esto es más claro aún en Zurbaranbarri, lugar al que se accede por escaleras y cuestas y que no hace tanto estrenaba una graciosa cabina con forma de letra B, roja, como debe ser, para llegar hasta Arabella. El ascensor hace además una parada a medio camino. Desde la cabina se tienen unas bonitas vistas de… de todo, la verdad. Caminando, caminando, tras pasar Begoña y parte de Txurdinaga, un último ascensorcito espera junto al ambulatorio de Otxarkoaga. Entrar y salir. Y poner rumbo a Santutxu, cruzando el Parque Europa, para hacer como en las barracas: subir y bajar y subir y volver a bajar.
Recomendaciones
Salgamos del centro para reponer fuerzas. En Otxarkoaga (calle Pau Casals, 11) está el Rimaitor, que lleva ya cuatro décadas abierto. Café y pintxos cerca de un monumento en honor a Lenin y Marx, ahí es nada.
Últimos comentarios