RAFAEL Y LUCÍA
Se llamaban Rafael y Lucía, tenían 87 años, vivían desde siempre en Otxarkoaga. Piensa uno en ellos e imagina su vida después de tanto trabajo, tanto esfuerzo, tanta experiencia. Es fácil imaginar que se alegraban cada día de poder manejarse solos y continuar juntos en la casa donde compartieron una vida. Y que para su felicidad bastarían unas pocas cosas sencillas y valiosas: un paseo agradable, una celebración familiar, una charla con los vecinos, una película en la televisión que les recordase los viejos tiempos.
A Rafael y Lucía los asesinaron el 18 de enero en su propia casa, en el número 16 de la calle Zizeruena, y ayer comenzó a juzgarse a los presuntos responsables. Dos de ellos tenían catorce años cuando sucedieron los hechos; el tercero, dieciséis. El crimen estremeció a la ciudad, extendió el miedo por Otxarkoaga e interpeló a la política. Recuerdo al alcalde Aburto pidiendo calma y confianza, también distinguiendo entre la «tolerancia cero» y la «delincuencia cero». Suenan siempre aparatosos los intentos por transformar el valor nulo, ese subtítulo de refresco sin calorías, en el adjetivo más categórico que pueda imaginarse.
Ayer, en el juicio, los acusados de menor edad reconocieron que entraron a la casa de Otxarkoaga para robar, pero no se responsabilizaron de que aquello terminase con dos cadáveres. Habían tomado pastillas y alcohol. Sí se acuerdan de que horas después estaban comprándose unas playeras amarillas. Ayer ambos coincidieron en señalar al tercer acusado como organizador de lo ocurrido, también como instigador. Tras declarar, salieron de los juzgados en coches camuflados y sus familiares le lanzaron un zapato a los cámaras de televisión, mientras amenazaban con reventar cabezas pertenecientes al sector periodístico. La prensa, por su parte, aprovechó para entrevistar a los vecinos de a Otxarkoaga y recordar lo que queda por hacer en el barrio. Es lo habitual. Y sin embargo lo importante es que se llamaban Rafael y Lucía, tenían 87 años y vivían desde siempre en Otxarkoaga. Sus vidas les fueron arrebatadas de un modo que, sobre cruel e injusto, resulta del todo trivial, inane. Y eso lo vuelve más difícilmente soportable.
Podrían ser sus nietos, sus biznietos.
Y, al mismo tiempo, no podrían serlo nunca.
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