Desde Otxar, con amor (4)
Cuentos chinos de Otxar
Tengo problemas. Claro. Y quien no. Normal. Qué cruz. A ver si me centro. Problema número uno, es decir, principal tontería que ahora mismo me ronda absurdamente por la cabeza: los mordiscos de la niña. Porque mi niña muerde, esto parece ser un hecho comprobado. Me he encontrado el follón a la salida de la ikastola cuando una enorme señora bajita y gorda se me ha encimado malamente, rodeándome de voces, brazos y esputillos.
– Su hija le ha mordido a mi Charlie
– ¿Cómo dice?
– Casi le arranca la oreja
– ¿De verdad?
– ¡Cómo que…! ¡Mire, mire!
Temblaba yo de pavor observando las volátiles manos de la obesota abucharante, temiendo ver aparecer un colgajo sanguinolento. Pero no, menos mal. Ha agarrado de la oreja a un niño delgaducho con pinta de buena gente y me la ha acercado a los ojos. Con la oreja iba el niño, claro, o sea que ha faltado muy poco para que la madre lo desorejara definitivamente. El niño debe de estar acostumbrado, pero que le tengan a uno colgando del apéndice auditivo resulta un poco fuerte, incluso para un hijo de mujer salvaje.
– ¡Aaaaaayyy!
– Dile a esta señora qué te ha hecho esa niña
– ¡Aaaaayyy!
– Díselo, no seas tonto
– ¡Aaaaaayyy!
– ¡Su niña casi le arranca la oreja a mi Charlie de un mordisco!
…
Me lo creo, señora, me lo creo, pero deje al niño en el suelo, por favor, que el pobre ya ha agotado su cupo de traumas infantiles por hoy. Así. Gracias. Me voy a hablar con la andereño. Sí, no se preocupe, no volverá a pasar. Esto lo arreglo yo enseguida, tranquila. Adiós. Menos mal que se ha ido. ¡Lo que le gusta hablar y mover los brazos a esta mujer! Se me ha metido su olor a perfume sudoroso hasta lo más profundo de mis senos paranasales. Tengo mala suerte con los olores. Todavía me acuerdo de aquel olor a saliva de perro que me anduvo rondando durante más de dos meses. En fin… ¿dónde estará la andereño? ¿Y la niña? ¡La niña! ¡Ay, ay, ay, qué dolor!
– ¡Mamá, mamá!
– ¡Hija, deja de darme patadas!
– ¡Mamá, me ha mordido un niño!
– ¿Cómo?
– ¡Aquí, en el pie!
Se ha agarrado un pie con las dos manos la muy atolondrada y, levantándolo entusiastamente hacia mí, ha caído al suelo, desde donde continuaba alzándolo como si fuera un trofeo. Esta hija mía no es muy normal, pero eso es algo que no me coge de sorpresa. Le he preguntado que dónde estaba la andereño y me ha dicho que no lo sabía. Nadie lo sabía. Me temo que la andereño, siendo quizá por definición la más lista de todo este santo lugar, se ha largado con viento fresco. Tanto mejor, que no me apetece nada aclarar quién mordió a quién y dónde, o incluso si alguien mordió a alguien, aunque tratándose de la niña…. Voy a hacer un único intento.
– Hija, ¿le has mordido a un niño en la oreja?
– ¡Él me ha mordido en el pie!
– ¿Estás segura?
– ¡Me ha mordido en el pie, me ha mordido en el pie, me ha…!
Se acabó. En cuanto la niña encuentra su mantra, entra en una especie de estado hipnótico del que nada ni nadie le puede sacar excepto, quizás, un tortazo del hombre. Es una idea. En cuanto entremos en casa me las arreglo para que chille todavía más alto y, con un poco de suerte, le despierta al hombre y, con una poquita más de suerte, le arrea un tortazo. Porque el hombre no es pegón, de verdad que lo digo, pero las frases repetitivas de la niña le trastornan el sentido. No es para menos. Pero mira que pienso maldades…
– ¡Me ha mordido el pie, me ha mordido el pie!
– O te callas o no comes
– ¡Me ha mordido el pie, me ha mordido el pie!
– No comes
– ¡Me ha…! ¿Qué hay para comer?
– Croquetas
– ¿Con ensalada?
– Claro
Se calló. Mira si es rara mi niña que le gusta la ensalada con locura. La ensalada y todo tipo de verduras. Cada vez que, por inadvertencia, come chorizo o embutifarras parecidas, vomita. Sin comentarios.
Con que este es (era) mi problema número uno. Nada del otro jueves, lo justo para jorobarte un poquito el día. Mi problema número dos y siguientes continúa siendo la calidad del audio de mi último invento. Sí, he dicho invento. Sí, soy un ama de casa. ¿No cuadra? De acuerdo, aprovecharé estos momentos para recopilar, aclarar e intentar explicar mis circunstancias vitales. Procederé ordenadamente. No va a ser fácil, no, que mi existencia diaria está plagada de rebollos incomprensibles. La niña ya ha comido, sí, y ha vuelto a la ikastola. El hombre sigue roncando.
¿Empiezo por quién soy y todo eso? Nunca está de más. Veamos. Recopilemos, recopilemos. Soy un ama de casa de Otxarkoaga, casada y con una hija. Soy una científica físico-electrónica que experimenta en un cuchitril de su hogar. El objeto de mis actuales experimentos consiste en un mini transmisor móvil de imagen y sonido. De momento he logrado fabricar dicho aparato con aspecto de pelusa floral voladora y también he conseguido diseñar unos mandos a distancia desde los cuales puedo ver y oír todo lo que ve y oye mi pelusa floral, también llamada vilano. Y llegamos al final, a la razón actual de mis desvelos, a mi objetivo.
Mi objetivo son tres señoras que pasean en chándal durante una hora, desde las siete hasta las ocho de la mañana. Quiero verlas y escucharlas. Noble deseo. O innoble, me da igual. Pero es lo que quiero. Me parece que es muy fácil de comprender. Ya está todo claro. Pues a ver si puedo echarme media horita de siesta antes de que empiece Bea.
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