Desde Otxar con amor (5)
Cuentos chinos de Otxar
El principal drama de mi existencia hunde sus raíces en mi anomalía general congénita. Resumiendo, que soy rara. Por ejemplo: no fumo ni bebo. Pero éste es un ejemplo tonto. Porque de vez en cuando le doy un par de caladas al cigarrillo del hombre. Me deja un mareíto muy rico. Y también me tomo un gin tonic de vez en cuando. Entero, entero, sí, y además me lo bebo de dos o tres tragos largos. Pero muy de cuando en vez. Por ejemplo, dos o tres veces al año. Nunca en Navidad. Ya digo. Pero éste es un ejemplo tonto.
En lo que de verdad no soy normal es en mi manera de ser misma. Me gustan las cosas más dispares. Me gusta mucho Bea. Me refiero a la serie de televisión, ésa que no acaba nunca. Es un culebrón para niñas preadolescentes. Lo escriben guionistas semianalfabetos. Gozan de la imaginación de un guisante. Gozan porque te digo yo que gozan con las tonterías que se les ocurre. El argumento principal (porque hay muchos otros y van saliendo otros más y otros más, todos secundarios y de una gran importancia, voy a poner un ejemplo aquí de seguido, hay un tío absurdo, gran actor, que hace de jefe de personal salido y cumplidor, enamorado de su secretaria con quien se comunica, sin saberlo, por email, utilizando gloriosos seudónimos, descubriendo alma gemela, pero la telefonista se lo beneficia haciéndose pasar por la secretaria y a instancias de esta, te lo juro, y vive en una caravana, y se llama Guti, y últimamente quiere advertirle al abogado que Cayetana sólo se lo quiere llevar a la cama para tener un hijo suyo, en plan semental, con lo cual se monta el enésimo malentendido entre ambos, pero para malentendidos los de los teóricos protagonistas, infinitos malentendidos sin fin, así lo expresarían ellos, y por cierto que en medio de todo este caos brota esporádicamente la temblona voz de Bea musitando, beeee, beee, «queridos feonautas«, lo juro, es demasiado bonito para ser verdad, tengo que contar más argumentos algún otro día, pero el principal es el que viene ahora, atentos) es lo mismo que Cenicienta, pero en fea en vez de en pobre. El patito feo, vaya. La chica horrible (ellos dirían, agárrense que voy a soltar una palabra muy, muy fuerte, cuidado, allá va: «mocorrofio«) que se convierte (al final de la serie) en una hermosa joven. Todos los telespectadores se quedan esperando a ver cómo se convierte en una hermosa joven. Durante año y medio. Yo también. Es de locos. Y todos sabemos desde el principio que basta con que se suelte el pelo, quite las gafas, extraiga el aparato metálico de los dientes, depile las cejas, cambie totalmente de ropa y deje de poner constantemente cara de boba, para que se convierta en una chica mona. Al final, porque ya está llegando el final, la pintan demasiado la cara, pero sigues igual de enganchada a la serie. Se ha convertido en un vicio. Porque ya no existe una razón objetiva, puesto que ya ha sucedido la trasformación. Puede que sean los argumentos de los personajes secundarios, que antes he esbozado entre paréntesis (argumentos que, por cierto, los guionistas abandonan, cual zapatillas viejas en alambre, para retomar sin lógica plausible otros nuevos), los que me mantengan atrapada. Amo a esos personajes. Amo su incongruencia, su necedad, su simpleza. Hoy mismo han hablado en los baños (vulgo water o servicio) dos personajes acerca de un tercero y resulta que ese tercero les ha oído todo porque estaba dentro de una cabina, a metro y medio de los ingenuos conversantes. Lo más exquisito de todo esto es que ya han utilizado el mismo truco, pero exactamente el mismo mismo, con su water, sus lavabos, y el que sale de la cabina anonadado por lo que acaba de oír, avergonzando así a los indiscretos murmuradores. En fin, son estas torpezas las que me congracian muchas veces con la vida. No sé si me entiendo.
Soy una mujer de gustos vulgares. No hay más que ver al hombre. Él dice que soy ingeniera, pero es para fastidiar. En realidad he estudiado Física Electrónica. Me da la impresión de que digo tantas veces lo de Física Electrónica que parezco la bióloga de la Obregón. Pero en mi caso es verdad (perdón, creo que en el de la Obregón, también, que no digo que no la respete, que la respeto mucho). Estudié un año en Tübingen, Alemania. Aceptaron mi tesis en el MIT de Massachusetts. Me contrataron tres años. Después me salió el trabajo de los aviones y luego me casé. ¿Por qué? No lo sé. No lo sé. Lo sé, es penoso, pero es que últimamente siempre me doy esta respuesta. Debo de andar algo perdida. De todos modos no me pienso divorciar. La niña me necesita (más bien son los demás quienes necesitan que alguien los proteja de la niña), al hombre casi no lo veo, y hago todo el día lo que me da la gana. Sigo investigando, prácticamente sin límite de dinero. A mi pequeña escala, claro.
Siempre han existido este tipo de investigadores privados. Gente cuyas motivaciones estamos muy lejos de poder entender. Yo soy una de ellas. La misma que de cinco a seis se planta como un clavo delante de la televisión para ver las últimas aberraciones que se les hayan podido ocurrir a mis guionistas favoritos. A esta gente encima le pagan. Es un trabajo que me gustaría muchísimo desempeñar. Creo que se me daría bien, lo desempeñaría bien. Pero necesito investigar. Digamos que es mi razón de vivir.
Digamos que ya he acabado la siesta. Hoy he dormido poco. No me acuerdo de lo que he soñado. Ah, sí, había un castillo, una princesa… no, no, no, no era una princesa, era Bea, estoy segura, he soñado con Bea. Todavía queda media hora. Siempre empieza tarde. Voy a aprovechar para fregar y acabar de arreglar un poco la cocina.
Ya empieza Bea. Shhhhht.
Ya ha acabado Bea. Han dado, como siempre, los avances del capítulo siguiente. No pienso contar nada. Ahora echan un programa del corazón. Quitemos la tele rápidamente.
– ¡Maríaaaaa!
– ¿Ya te has despertado?
– ¡No!
– ¿Y qué quieres?
– ¡Un vaso de agua!
– ¿Ni por favor ni nada?
– ¡Un vaso de agua, mierda!
– Ya va, ya va
El hombre. No problem, enseguida se vuelve a dormir.
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