Tengo miedo al avión (no le tengo miedo al barco). De Bilbao a Túnez son dos horas y media. Poco tiempo. Pero no importa, como si fueran veinte horas, que el miedo al avión se tiene al despegar y al aterrizar. Yo, por lo menos. Y si se mueve mucho, pues también. Lo malo del miedo al avión es que todavía no han encontrado el remedio. Ya sé que es una tontería ilógica pero, como dijo aquél, cuando la lógica y la imaginación entran en conflicto, la imaginación siempre vence.
He probado de todo. Uno de los últimos charlatanes a los que acudí me propuso un método basado en la llamada Programación Mental. Primero me contó con detalle el funcionamiento técnico de un avión. Me dejó muchísimo más aterrada. Después me explicó lo de las ondas Gamma, Beta, Alfa, Zeta y Delta. Había que quedarse en Alfa porque en Zeta te podías dormir y en Delta ya estabas profundamente dormido. Me empecé a asustar hasta de mi propio cerebro. Y luego me expuso la teoría:
Los tres pasos fundamentales son:
1) Ir al nivel mental adecuado: Alfa
2) Visualización de imágenes mentales, así como afirmaciones de lo que queremos conseguir
3) Repetición de las sesiones con los pasos 1 y 2
4) Enfrentarse a la realidad
Me apunté porque me pareció serio. Resulta que toda la teoría se reducía a imaginarse a una misma viajando en el avión sin ningún problema, feliz y contenta. Si te lo imaginabas vívidamente, con potencia visual interna, la cosa quedaba grabada en la mente y, repitiéndolo las suficientes veces ya estabas curada porque habías metido a sangre y fuego (aunque indirectamente) una idea fundamental en tu cerebro… la de que te gustaba mogollón viajar en avión. Si no te lo imaginabas más que borrosamente y como de mentirijillas… no conseguías nada. Él decía que sí, que había que profundizar (más sesiones). ¿Pero cómo pretendía que me imaginara cómoda en un avión, si lo que precisamente me había llevado allí era lo incómoda (aterrada-aireada) que estaba en el avión? O sea, te imaginas lo contrario y todo se arregla. Ja.
Pues menudas alforjas para tan poco viaje. Total, que era un jeta. O un iluminado al que no le daba para pagar la factura de la electricidad. De lo que no se olvidaba al final de cada clase era de recordarte que había “elaborado un CD-ROM en el que se desarrollan todos estos pasos, y que comercializo al precio de 29 euros más gastos de envío, incluyendo un librito de técnicas de qué hay que hacer si nos asalta el pánico dentro del avión”. No se lo compré por pesado. Capaz de decir que lo que no hay que hacer es ponerse nerviosa.
Así que cada vez que me toca viajar en avión me lo paso mal. No tan mal como esa gente que dice que no duerme los días anteriores. Yo sólo me lo paso mal al arrancar y al aparcar. Pero me lo paso mal, mal…mal… muy mal. Me imagino una explosión, un ruido infernal, me veo atravesada por hierros enormes y pesados, desgarrada… y sin poder moverme, sin ninguna escapatoria, porque estoy encerrada en esta caja demasiado cerrada… Es como meterte en un féretro. Siento cada despegue como si me colocaran, dentro de un féretro, en la cinta transportadora que avanza inexorablemente hacia el crematorio o triturador, poquito a poquito y con música suave.
¿Música? ¡El avión, al arrancar, hace un ruido infernal! Todavía me acuerdo de aquella vez, con aquella compañía alternativa. Eran tan cachondos que el comandante, al despegar, cuando el ruido del avión alcanza niveles insoportables y todo estaba a punto de estallar, se ponía a chillar: ¡¡GOOOOO VUEEELING!! Y tú te ponías a chillar también, porque habías visto a la muerte de muy cerca. Aquel día me dieron una valeriana y se me pasó rápido. Yo creo que fue la conversación con las azafatas.
Una vez que arranca, es decir, que despega, ya se me pasa todo, soy muy feliz por no haber muerto espantosamente. Todavía preferiría no estar allí arriba sentada, absurdamente rodeada de nubes, pero qué le vamos a hacer… Y soy capaz hasta de leer un libro… Horas de feliz inconsciencia…Hasta que llega el momento del aterrizaje, claro. Pero no se lo voy a contar, que sería repetirme.
Y repetirme… demasiado, que esto mismo que les estoy contando a ustedes se lo iba yo soltando al hombre justo antes de meternos en el avión. Uno de los efectos del miedo es que te pones monotemática.
– Yo creo que si pudiera bailar se me pasaría el miedo
– Siempre dices lo mismo, pero no hay sitio
– ¡Ay, qué tontería de sitio! Lo digo como una teoría
– ¿Una teoría? No sé a qué me recuerda…
– ¿A ti? ¿Una teoría? A nada. Tranquilo, no intentes pensar…
– Muy graciosa. Ya sé, cuando te agarré de la rodilla aquel día…
– ¿Ya empezamos? Ni lo pienses
– Que me dijiste que te sentías muy bien y que se te había ocurrido una teoría… ¡Me acuerdo, me acuerdo!
– ¿Qué teoría?
– Ah, no sé, pero lo que has dicho me lo ha recordado
– Mira que eres listo… Pero no me vas a quitar el miedo diciendo tonterías
– Pues hala, baila si quieres. ¿Tienes la tarjeta de embarque a mano?
A él no se lo quise decir, pero me acordé perfectamente de la teoría. Era tal que así: si me ponen una mano calentita en la rodilla, me relajo cantidad. Yo la llamo teoría por tenerla bien archivada y poder usarla en cualquier momento de necesidad. Es que soy muy científica. Tanto que me decidí a echar mano de ella.
– Ponme la mano en la rodilla
– Ya te decía yo…
Enseguida llegamos a Túnez.
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