Desde Otxar con amor (29)
Mientras escribo estas líneas estoy completamente desnuda debajo de la ropa. Lo digo por darle un poquito de morbo al asunto, ya que llevo más de un mes sin actualizar estas notitas y mucho me temo que estoy a punto de perder a mi(s) numeroso(s) y fiel(es) seguidor(es). Pues no se preocupe(n), señor(es), que la chavalota aquí presente piensa seguir castigándole(s) con la narración periódica de sus extraordinarias vivencias. Extraordinarias en el sentido de que son como las de todo quisque y, como todo quisque sabe, la gente es muy rara.
Empezaré intentando aclarar una cuestión que preocupa mucho en los más afamados corros de Internet: ¿De qué vive esta tía? Pues vivo de las pelillas que me pasa el hombre. Nota: pelillas no es sinónimo de peladillas sino de eurillos. Noto en ustedes un gesto de extrañeza. ¿Cómo puede ser que una eminente científica acepte vivir de la caridad de su despechado ser humano masculino? Supongo que lo de despechado lo dirán porque el hombre no tiene poitrine (forma gala y elegante de pecho), ya que aquí el despecho me lo hizo él a mí, como queda constancia en algún lugar de estos escritos autobiográficos. Pero voy a justificarme. Acepto los parneses de la parte contratante de la segunda parte como pago a las esporádicas sesiones lúdicas en las que le permito participar de vez en cuando. Espero que esto también haya quedado claro en la sutil explicación de los hechos relativos a nuestras últimas vacaciones africanas. En lo que a mí respecta considero que me paga muy poco para lo que yo le doy. Ustedes pueden llamarme puta si quieren, pero recuerden que tengo papeles que vienen a decir que el intercambio sexo-financiero se produce dentro de la más estricta legalidad matrimonial (ni me he divorciado, ni de momento pienso hacerlo, ya sólo me faltaría liar mi vida un poco más con estúpidos papeleos).
Puta esposa es lo que soy, eso sí, como tantas otras. Pero cuidado, que si a él se le ocurriera espetarme la infame palabra de cuatro letras, o cualquier otra de longitud variable pero con idéntico significado, no solamente le daría un guantazo histórico, sino que le haría la máxima putada: dejar de ser puta. Y dicho esto les comentaré que no se vive tan mal siendo puta de un solo hombre. Todo depende del hombre. Y de la calidad y frecuencia de las transacciones. Pero esto ya lo saben ustedes. Mi ventaja es que vivo sola. Chincha, rabia, envidia cochina, que cada una se lo monta (literal y metafóricamente) como puede. Lo que nos aproxima a la siguiente cuestión de interés en los forrillos de Internet en lo que a mí respecta. Pero déjenme tomar aire.
Acabo de efectuar unas cuantas respiraciones abdominales profundas, tal y como recomiendan en los cursillos locales de Yoga, y todo lo que he conseguido ha sido un poquito de paz interior, muy poquito, y una reflexión subliminal, muy necesaria antes de seguir adelante. A saber, ¿sería posible que el hombre leyera estas líneas y, de este modo, tomar ascendente sobre mí, ya que el conocimiento es la madre del poder? Es una reflexión desleída y absurda, reflejo del funcionamiento de mi sistema subliminal, pero tomémosla en serio. Y respondámosla. No, no es posible que el hombre lea nada más allá del Marca y de los nombres de los futbolistas que aparecen en la tele cuando hay cambios en medio de un partido. Y no por ser analfabeto, sino por ser analfabestia. Asunto (subliminal) arreglado. Ahora ya podemos seguir con la cuestión de los forrillos.
Me acusan en múltiples lugares entreredados de ser una mala madre. Se basan en que cuando abandoné a mi marido, también abandoné a mi hija. Se fundan en que parece que hago como si no existiera. Y se cimientan en que, cuando la menciono, no parezco hacerlo con mucho cariño. Todas estas críticas están fundamentalmente basadas en cimientos tan sólidos que no puedo negar la evidencia. Si, señoras, soy una mala madre, ¿y qué?, ella es una mala hija.
Como no me apetece explicar ahora las razones de esta última aseveración, me limitaré a aconsejar a las futuras parejas establecidas que se lo piensen un poco a la hora de mezclar alegremente genes dispares. Puede salir una bomba.
A lo mejor en la próxima entrega doy detalles de la bomba. De momento ya les voy anunciando que estas apasionantes entregas de mi vida por capítulos irregulares van a pasar a ser más irregulares todavía. A ver por qué no, que sólo me dan disgustos.
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