Desde Otxar, con amor (30)
Desde Otxar, con amor (30)
Soy una madre descastada. Soy una madre cansada. Soy una madre horrible. Soy una madre desmadrada. Soy una madre arrepentida. Soy una mala madre, ya lo adelanté en mi último discurso. Lo repito sin rubor y mirándome al espejo. Conócete a ti misma. La que esté libre de mercado, que tire la primera piedra.
Dicen que el sexo existe para que los seres humanos no nos extingamos. Supongo que se referirán a la parte placentera del sexo, no a la puramente mecánica. Porque el intercambio de fluidos entre sudores, pellizcos y desvaríos no se me hace muy atractivo en sí mismo.
Se supone que Dios… Y aquí voy a hacer un largo paréntesis ya que resulta que aún queda bastante gente que dice creer en ese ser que nadie ve y que nada hace (o que lo hace todo, lo que viene a ser lo mismo). Para creer en Dios hace falta hacer muchas fuerzas irracionales, pero muchas, muchas… Fuerzas, fuerzas y fuerzas constantes para que la misma palabra pierda su sentido, desgajándose con dolor y rozamiento las mismas urzas, hasta conseguir el simple y complicado parto de la fe. Qué graciosa soy, acabo de inventar las “urzas” (def. Parte del esfuerzo abandonado en pos del conocimiento divino; parecido a la placenta, vaya). Decía que Dios ha inventado el gustito sexual para que hagamos hijitos. Qué cabrón, el tío.
Se le podría haber ocurrido cualquier otra cosa. Por ejemplo, te sacas un moco, lo metes en agua y a la mañana siguiente ya tienes ese fetito tan mono que llamamos bebé. O, mejor… haces una instancia y, a vuelta de correo, recibes un chavalito muy majo como de siete u ocho años. Que ya venga con el nombre puesto porque si no es un lío. Y que esté crecidito para ahorrarte los infinitos y agotadores cuidados que precisan los recién nacidos. ¿Por qué no lo ha hecho así Dios? Yo diría que porque no existe. O porque no piensa mucho las cosas antes de hacerlas. O porque nos ha dejado el libre albedrío, para que hagamos las cosas como nos dé la gana. En este último caso yo quisiera saber quién es el irresponsable que ha decidido la maldita secuencia sexo-placer-parto-sufrimiento. Algún sádico. Y, por supuesto, del sexo masculino, típico, si yo me lo paso bien, aquí paz y después gloria.
Todo esto para explicar que me quedé embarazada sin quererlo. ¿Cómo? El cómo ya lo saben ustedes, no me sean pillinas. Calculando mal, claro. Y dejándome llevar, que es una cosa mala mala que llevamos en nuestros desmadrados genes para jorobarnos la vida. Mucho cuidado con lo del dejarse llevar, que suele traer consecuencias. ¿Por qué? No lo sé, el mundo está montado así. ¿Por quién? ¿Quién es el jinete? Jolín, que preguntonas. Ya he dicho que, o bien Dios, o bien ese sádico tomador de decisiones a su libre albedrío. Incluso puede que ambos sean la misma persona (total, como a Dios le sobran personas… qué más le da una más).
Cuando una se queda embarazada sin quererlo le vienen varias ideas a la cabeza, pero se podrían resumir en un único vocablo: PUTADA. Lo pongo en mayúsculas para resaltar su importancia. Y, con el ánimo abatido, te empiezas a hacer preguntas. ¿Qué he hecho yo para merecer esto? ¿Mato al hombre? ¿Mato al feto? ¿Quiero convertirme en una asesina? Etcétera. Hasta que te das cuenta de que la enfermedad que te aqueja no solamente no tiene solución sino que es de una vulgaridad desarmante. Millones de mujeres, esas mismas que te rodean en cualquier momento, han pasado por lo mismo. Y ahí siguen, tan panchas. Total, que más bien por chulería, decides tenerlo. Con un par. De ovarios, claro, que a estas alturas los c… no sirven para nada.
Así que te dedicas a esperar, asustadísima, a ver qué pasa. Nada bueno, se lo aseguro. Primero llega el apartado consejos y experiencias varias. Toda madre que se entera de que estás en estado te suelta una chapa insufrible. Pues a mí mira lo que me pasó… y lo que hice, y la dije digo… Las más sensibles leen el susto en tu cara y te calman asegurándote que todo merecerá la pena y que te sentirás tan madraza como la que más. Las quieres creer. Haces esfuerzos por imaginar eso que está dentro tuyo como algo propio y no como un invasor de otra galaxia que se ha metido en tu cuerpo sin permiso, tomándolo de prestado para pergeñar extraños procesos y, lo que es todavía peor, para salir por el sitio menos adecuado. Cuando casi estás consiguiendo imaginarte el feto como algo un poco menos horrible que un troll maligno, empiezan los primeros dolores.
De parto, no. Todavía no. Primero vienen las consecuencias del espacio que ocupa el invasor dentro de tu particular y privado espacio interno. Antes de llegar él estaba todo lleno de tripas y cosas. Una vez que se instala y empieza a crecer monstruosamente, todo se desplaza y se comprime. Y si no tiene cuidadito, puede hacerte dañito. Por ejemplo, si se coloca de tal manera que te aprisiona el llamado nervio ciático. Esto dicen que es bastante común. ¿Y a mí qué más me da? Supónganse ustedes que van por la calle, por ejemplo pasando un puente, quizás de paseo en una bonita ciudad navarra, cuando al bichejo le da por cambiar de postura. ¡Aaaaaaaayyyy! Dolor e inmovilidad.
No te puedes mover. Así como lo digo. Te quedas quieta parada. No es de risa. Bueno, a mí me solía dar la risa. Por no llorar, claro. Tenía que esperar hasta que le diera al muy feto por cambiar de posición, o esperar a que llegara la ambulancia y me llevaran a esos sitios horribles que no pienso mencionar donde seres de blanco te tocan, te hacen daño y dicen que te curan. En mi caso no te curan, sino que te aseguran que todo lo que se puede hacer es esperar. Si lo sé no vengo.
Cada vez que me acuerdo me pongo de mala uva. Buf. Dejemos el resto del cuento para otra ocasión. Se está aproximando el parto y no tengo moral para contarlo. Si ustedes quieren pueden contar el suyo aquí abajo, donde dice “Comentarios”. Seguro que los leo todos. Gracias.
Para “desde Otxar, con amor (30)”.
Leo con interés sus reflexiones, creo que tienen algo de ironía, sarcasmo, desesperanza, y alguna otra cosa más…, seguramente será por el embarazo que la hace encontrarse con el “ánimo abatido”, yo nunca podré saber como se encuentra una mujer embarazada, supongo que debe ser una gran “putada”,( según sus palabras), por la situación actual y la responsabilidad de por vida con el nuevo/a hijo/a, la deseo que todo salga bien y que el abatimiento actual, la sea recompensada en el futuro con el cariño de ese/a hijo/a.
Con todo respeto, me gustaría hacer una reflexión sobre una de las frases de su artículo, cuando dice, “…La que esté libre de mercado, que tire la primera piedra.”, seguramente es recordando aquella frase de la Biblia, de dice que “…aquel de vosotros que esté sin pecado,(o libre de pecado), que le arroje la primera piedra…” (Juan 8,1-11), me resulta curioso que por un lado recuerde esa cita bíblica y por otro lado, por sus palabras deduzco, que la cuesta mucho esfuerzo creer en Dios, aunque esa dualidad, pueda parecer chocante, a mi me pasa algo parecido, también recuerdo citas de la Biblia,( que a veces son ejemplares), y por otro lado, con los años…..me planteo serias dudas sobre la existencia de ese ser infinito, llamémosle Dios, o de cualquier otra forma.
Pero su frase, me parece aún más sutil, cuando cambia la palabra, “pecado” o “culpa”, (de la Biblia), por “mercado”, con todo el amplio abanico de significados que puede tener esa palabra, hablando en líneas generales, es verdad que en ésta vida “casi todo” se compra y se vende, y “casi todo” tiene un precio, me gustaría creer ( aún me queda algo de inocencia), que existen cosas en la vida que ni se compran si se venden, y hablando de mercado, de comprar y vender, y sobre todo de los hijos, me ha venido a la cabeza una canción de Mocedades, titulada EL VENDEDOR, que dice así:
Mocedades-EL VENDEDOR
En la plaza vacía nada vendía el vendedor / y aunque nadie compraba / no se apagaba nunca su voz, /no se apagaba nunca su voz.
Voy a poner un mercado / entre tantos mercaderes / para vender esperanzas / y comprar amaneceres.
Para vender un día la melodía / que hace al andar el agua de ese río / que es como un grito de libertad, / que es como un grito de libertad.
¿quién quiere vender conmigo / la paz de un niño durmiendo, / la tarde sobre mi madre
y el tiempo en que estoy queriendo?
¿quién quiere vender conmigo / la paz de un niño durmiendo, / la tarde sobre mi madre
y el tiempo en que estoy queriendo?
Tú eres el que ha pasado, / el que ha llegado, y el que vendrá / vende el árbol que queda
en la arboleda de la verdad, / en la arboleda de la verdad.
Voy a ofrecer por el aire / las alas que no han volado, / y los labios que recuerdan / la boca que no han besado.
Alza cada mañana / esa campana de tu canción, / pregonero que llevas / mil cosas nuevas en tu pregón
Vendo en una cesta el agua / y la nieve en una hoguera / y la sombra de tu pelo /cuando inclinas la cabeza.
Vendo en una cesta el agua / y la nieve en una hoguera / y la sombra de tu pelo /
cuando inclinas la cabeza.
¿quién quiere vender conmigo / la paz de un niño durmiendo / la tarde sobre mi madre /
y el tiempo en que estoy queriendo?
Vendo en una cesta el agua /y la nieve en una hoguera / y la sombra de tu pelo / cuando inclinas la cabeza….
Puede ver también el “video” en http://video.google.es/videosearch?q=Mocedades%2C+el+vendedor&hl=es&emb=0&aq=f#
Yo sigo creyendo en la letra de la canción, y que hay cosas en la vida que no se pueden comprar ni vender, ¡será que aún me queda algo de niño!.
La deseo que todo termine felizmente, y que ésta canción bien pueda servir como “canción de cuna”.
Fdo.- Carlos Vegas.
Muchísimas gracias, Carlos, por tu comentario, y enhorabuena por ser tan buen lector, puesto que no creo que todo el mundo se hay fijado en la frase «la que esté libre de mercado que tire la primera piedra». Efectivamente, pretende un doble sentido, el de sugerir que la mujer en general se encuentra haciendo la compra en el mercado y no suele tener tiempo para estas lecturas.
Pero tú, como excelente lector, has mejorado y ampliado el sentido del texto escrito. Como creadora me siento muy satisfecha. Gracias.
Y más gracias por el texto de la canción de Mocedades. Me parece estupendo y muy interesante. «Sed como niños».