MAS SOBRE EL CASERIO DEL COLEGIO ALEMAN

El Ayuntamiento pide al Gobierno vasco que no derribe el caserío de TxurdinagaCaseria- Txurdinaga. Gabriela Barnuevo. 16 de Julio 2010.

Tomás y Carmen, el matrimonio de octogenarios que reside en un caserío centenario que está abocado al derribo en Txurdinaga para dejar paso a la edificación de 426 viviendas, recibieron el pasado martes una visita inesperada en su hogar. El alcalde, Iñaki Azkuna, y la concejal de Urbanismo, Julia Madrazo, llamaron a la puerta del viejo Etxezuri para conocer de primera mano el problema de la familia Lanzagorta, que a corto plazo podría ser desalojada, así como la historia del inmueble.
De la visita del primer edil y su socia de gobierno poco ha trascendido. «Ahora somos algo más optimistas», se limitaron a señalar ayer fuentes de la familia. Lo que sí hizo público Madrazo es su convencimiento de que hay «alternativas desde el punto de vista técnico» para evitar la demolición. Así se lo ha hecho saber al Ejecutivo autonómico a través de una misiva, en la que pide a la Consejería de Transportes y Vivienda que estudie una modificación puntual en uno de los accesos que colisionan con el inmueble. «En mi opinión, es viable cambiar el proyecto y sortear el derribo», valora la dirigente de Ezker Batua.
El caserío, un viejo txakoli de 200 años de antigüedad, donde durante décadas se acudía a degustar el caldo y a pasar un día de campo, fue expropiado en 1962 para permitir la construcción de una carretera. Pero sólo se ocupó el 20% de la parcela, por lo que los moradores del edificio continuaron su vida con normalidad. No repararon en la gravedad de la situación de su propiedad hasta que el Gobierno vasco impulsó, hace sólo unos años, el proyecto para levantar casi medio millar de pisos, la mayor parte de ellos de protección oficial. Entonces iniciaron una batalla legal que terminó en el Tribunal Supremo. Los magistrados estimaron que el terreno pudo ser injustamente expropiado, pero advirtieron de que el plazo para revertir la decisión había prescrito.
Desde que, el pasado domingo, EL CORREO publicara la noticia de la situación del txakolí de Txurdinaga, decenas de personas se han solidarizado con los Lanzagorta. Y el propio Azkuna, tal y como invitaba el articulista de este diario Miguel Gónzalez San Martín, ha accedido a visitar el lugar y se ha entrevistado con los dueños.
Valor artístico y sentimental
La resolución judicial ha abocado a la familia a un desalojo inminente. Sin embargo, lejos de rendirse, los allegados de Tomás y Carmen se centran ahora en el valor histórico, arquitectónico, artístico y sentimental del caserío para tratar de salvarlo de las excavadoras. Los últimos meses han sido muy duros. «Éramos muy pesimistas», reconocieron ayer fuentes cercanas a la familia. «Sin embargo, la visita de Azkuna y de Madrazo nos ha infundido cierto ánimo. Sabemos que esto no se va a arreglar de la noche a la mañana, pero vemos que hay buena disposición por parte de las instituciones», añadieron las mismas fuentes.
Pese a todo, los Lanzagorta no tiran las campanas al vuelo. Son conscientes de que tienen un difícil camino por delante. «No todo depende del Consistorio», apuntan. «Vamos a presentar alegaciones, el plazo expira a principios del mes que viene y estamos recabando apoyos ciudadanos», precisaron. «Lo que más nos empuja es que sabemos que hay una base real, que este txakoli fue importante y que tiene un valor evidente para el barrio de Begoña y sus gentes. El intento por salvar el edificio no es ninguna utopía».
Julia Madrazo, por su parte, se ofreció ayer para mediar ante la Consejería de Vivienda del Gobierno vasco. «Hemos mandado ya una carta y estamos dispuestos a colaborar en la medida de lo posible para solucionar este asunto», manifestó. En este sentido, la edil de Urbanismo insistió en que el plan del Ejecutivo autonómico «no choca» frontalmente con el caserío. «Sólo afecta a una esquina del terreno», precisó. «Los técnicos municipales lo están estudiando y creemos que puede habilitarse un acceso alternativo hacia la calle Zabalbide, minimizando su impacto».
Entretanto, Camen y Tomás siguen esperando en su casa a que la situación se solucione. Su único deseo es poder morir entre las paredes que han pertenecido a su familia desde 1920. Y su mayor alegría es ver cómo sus hijos, sobrinos y demás allegados luchan para que se pueda cumplir su última voluntad.

EL CORREO

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