NOTICIA EN EL CORREO SOBRE «LA ESPERANZA DE VIDA»
Dime dónde vives y te diré cuánto vivirás
Otxarkoaga (Bilbao) hombres: 72,9 mujeres 81,8
Txurdinaga (Bilbao)hombres: 74,9 mujeres 82,7
Para vivir más años, no es lo mismo residir en un lugar del País Vasco que en otro. Las características socioeconómicas y culturales, el medio físico, el urbanismo, los servicios públicos o privados disponibles y los equipamientos de ocio y de recreo influyen de forma decisiva. Alrededor de esa idea giran dos números: 9,6 y 5,6. El primero refleja la diferencia entre la mayor y menor esperanza de vida de los varones en Euskadi, que se registra, respectivamente, en la comarca de los Valles Alaveses (79,5) y en el barrio de Bilbao La Vieja (69,9). La segunda cifra marca la distancia entre la mayor y menor longevidad de las mujeres vascas: la del barrio vitoriano de Santa Lucía (86) y otra vez la de Bilbao La Vieja (80,4).
Los datos proceden del Servicio de Estudios e Investigación del Departamento de Sanidad del Gobierno vasco. Y de ellos se extraen conclusiones llamativas. La Euskadi donde menos años vive la gente se encuentra, además de en Bilbao La Vieja, en el municipio de Pasaia San Pedro y en el Casco Viejo de Vitoria. Son los lugares de Guipúzcoa y de Álava donde los hombres mueren antes, por término medio ( 73,8 y 74,6 años, respectivamente). Pasando a las mujeres, las guipuzcoanas con menor esperanza de vida son las de Oiartzun (82) y, entre las alavesas, las del barrio vitoriano de Abetxuko (81,3).
Del mismo modo, la Euskadi más longeva tiene sus territorios definidos. En el caso de los hombres, el récord de Vizcaya se lo llevan los barrios getxotarras de Algorta y Las Arenas (78,2 y 78,1 años). El de Álava lo ostenta la comarca de los Valles Alaveses (79,5) y el de Guipúzcoa, el distrito donostiarra de Amara-centro (78,3). Respecto a las mujeres, el ránking territorial está encabezado por las guipuzoanas de Amara-centro (86), las vizcaínas de Deusto y Portugalete (85,3 y 85,2) y las vitorianas del barrio de Santa Lucía (86).
Treinta años en Glasgow
Una aclaración. El País Vasco es uno de los lugares de Europa donde menos variaciones existen en la vida media de su población. «Quizá se deba a la dieta mediterránea, a que vivimos socialmente más cohesionados y a que desde hace muchos años existen las ayudas sociales, pero estamos muy lejos de ciudades como Glasgow, donde se ha llegado a apreciar casi 30 años de diferencia entre los segmentos de población más ricos y más pobres», apunta Elena Aldasoro, del equipo que ha realizado el estudio de Sanidad.
¿Cuál es la utilidad de toda esta información? Con ella, el Gobierno vasco compara la situación de las áreas de influencia de los centros de salud. Y lo primero que percibe son los contrastes de una misma ciudad. En San Sebastián, los varones de la Parte Vieja son los menos afortunados, con una vida media de 74,7 años, casi cuatro menos que los donostiarras que residen en una zona que comienza en La Concha, atraviesa el centro y llega hasta parte de Amara (78,3). En ese mismo lugar se encuentran las guipuzcoanas que llegan a una edad más avanzada (86 años). Sin embargo, no muy lejos allí, en el área que engloba parte de Amara y Loiola, la media es de 82,6.
En Vitoria, las oscilaciones son parecidas. Los hombres más añosos son los vecinos de Aranbizkarra I (78,3) y los que menos, los ya mencionados del Casco Viejo (74,6). Las vitorianas más longevas están en Santa Lucía (86), mientras que las que menos son las de Abetxuko (81,3). En la capital vizcaína, en el lugar opuesto a Bilbao la Vieja, un barrio castigado durante años por la droga, se sitúan Deusto (77,3 años en varones y 85,3 en mujeres) e Indautxu (77 y 84,3 respectivamente)
¿Por qué la esperanza de vida asciende o desciende de unos barrios o localidades a otros? «La educación, la ocupación, los ingresos, el género o la etnia influyen en las condiciones materiales de vida, en la cohesión social, en los factores psicosociales y en las conductas, que, a su vez, impactan directamente en la salud de las personas», explica Elena Aldasoro. «Como normalmente estos factores se distribuyen de manera desigual, los resultados presentan diferencias importantes».
Los expertos sostienen que la manera de enfermar de una población viene determinada, en parte, por los riesgos que corren las personas al realizar sus tareas cotidianas, así como por las conductas y los estilos de vida que adoptan. Entre esas conductas se incluyen el sedentarismo, las dietas poco equilibradas, el consumo de alcohol y el tabaquismo. Si se elaborara una clasificación para comprobar quiénes son los más afectados por los malos hábitos, las clases más humildes ocuparían la primera posición.
Los investigadores Amaia Bacigalupe y Unai Martín, autores de un estudio sobre las desigualdades sociales y la salud de los vascos que fue publicado por el Ararteko, indican que, cuando se habla del sedentarismo -no practicar ningún deporte-, los ciudadanos más perjudicados son los de nivel socioeconómico modesto. «Mientras que el ejercicio físico realizado en el tiempo libre, que produce ganancias para la salud, es más prevalente en las clases altas, el esfuerzo físico durante la actividad laboral, que puede resultar perjudicial para la salud por sobrecarga física, es más frecuente en las clases bajas».
Otro tanto se puede decir del alcohol, en el que también hay clases. Según Bacigalupe y Martín, «su consumo es más habitual entre las personas de mayor nivel educativo, tanto en hombres como en mujeres; pero el exceso es más frecuente en los niveles educativos más bajos». Por otra parte, mientras que en los grupos sociales acomodados y de estudios superiores la bebida es un hábito culturalmente aceptado, en las clases menos pudientes el abuso «está relacionado con dificultades psicológicas, sociales e interpersonales derivadas de entornos familiares, laborales o sociales adversos».
Barrios y hábitos
En cuanto al tabaco, fuman más los hombres de clases bajas y las mujeres de clases altas. Sin embargo, entre las fumadoras, las diferencias sociales tienden a difuminarse con el tiempo porque las que se inician ahora en este hábito son de nivel educativo inferior. A la vista de estos datos, no es de extrañar que existan variaciones territoriales en la esperanza de vida. «Suele ocurrir a veces que las áreas más desfavorecidas económicamente reúnen los hábitos perjudiciales para la salud», señala Elena Aldasoro.
Todo parece confabularse en contra de la población de esos barrios. En ella son más frecuentes los empleos no cualificados que encierran más riesgos laborales. Las condiciones de la vivienda son menos apropiadas y hay menos disponibilidad de espacios para el ocio. Los vecinos están más sometidos a riesgos psicosociales, con menor autoestima individual y colectiva. Y resulta bastante más difícil ejercer la autorresponsabilidad necesaria para evitar conductas nocivas para la salud. «Sumas ese conjunto de causas y suele ocurrir que hay mayor mortalidad», resume Elena Aldasoro, que considera importante aclarar que, de las diferencias en la esperanza de vida, no se puede deducir que el sistema sanitario sea peor en unos lugares que en otros.
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