ELLA CUMPLE 97 AÑOS

 

 

En una de mis visitas a las habitaciones del hospital, que
realizo todos los días que subo, me encuentro con una viejecita
acurrucada en el sillón. Su figura destaca en el lugar en
el que se encuentra. Me acerco a ella y me expresa que se encuentra
muy sorda y que apenas me escucha. Entre otras
cosas me dice que el próximo domingo, día en que normalmente
no subo al hospital, cumplirá 97 años. Me despido de
ella con la intención de llamarle por teléfono ese día. Llegado
el domingo, le llamo y su sorpresa es enorme; no sabe cómo
agradecerme el que me haya acordado de ella. Me dice que le
van a llevar unas pastas para celebrar su cumpleaños y que
me invita a subir al hospital, para celebrar con ella su cumpleaños.
Le agradezco el detalle, pero no subo porque hay
otras cosas a las que atender –Domingo de Pascua de Resurrección
en la comunidad parroquial–. Cuando subo el martes
y voy a visitarla, nos damos un beso precioso de una ternura
entrañable. Ella es una mujer que con su pequeñez física,
pero con su gran corazón, se hace querer. En la
habitación me hacen saber que me estuvo esperando todo el
domingo con una pasta en espera de mi llegada. Oyendo esto
uno ya va sabiendo, por experiencia, por dónde va eso de la
ternura. Me despido de ella, pues hoy le dan de alta, y prometo
ir a visitarle a la residencia donde desde hoy estará. Me
gustaría tener tiempo para encontrarme con ella con una
cierta frecuencia, ¡pero las posibilidades son tan escasas!

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