ACOGIENDO LOS ÚLTIMOS MOMENTOS DE LA VIDA
Una enfermera de la planta me llama y me dice que una
persona desea que acuda a estar con ella. Voy en seguida a la
habitación a la que me envían y me encuentro con una ancianita
preciosa. Ella me recibe sentada en la cama, con la
parte delantera levantada y llena de almohadas, que sostienen
un cuerpo ya gastado por los años –95– y con muy escaso
peso ya. Con su voz, tierna y acogedora, me dice con ternura:
“Joseba, cada vez respiro peor y sé que mi vida ya va a ser breve. Me
van a dar el alta, pero el barrio al que voy todavía no tiene parroquia
y yo quiero recibir la unción de los enfermos y la comunión. Quiero quedarme
tranquila y acogiendo la voluntad del Señor”.
Oir estas palabras, pronunciadas en calma, con una gran
tranquilidad, y con el poso que dan los años, me enternece y
me emociono. ¡Qué grande eres, Dios, en los débiles y estrujados
por los años y la enfermedad!
Vuelvo al momento, con el librito y el óleo de los enfermos,
y me siento al lado de esta hermana a quien he conocido
hace poco en este hospital. Ella me dice que recita 24
oraciones diariamente y me enseña el cuaderno en el que las
tiene recogidas ¡Una oración tras otra, hasta 24, oradas diariamente
durante tantos años! Señor, ¡qué confianza y entrega
a Ti! ¡Precioso!
Su atención a las distintas oraciones que voy desgranando,
contenidas en el Ritual de la Unción de los Enfermos, es
completa. No hay nada que desvíe su atención; ella está en
una profunda actitud de acogida y de atención a lo que voy
expresando ¡No hay nada más!
Cuando hago la señal de la cruz en su frente y su mano izquierda,
siento que un gran misterio me acompaña, que se establece
una comunión entre ella y el Espíritu de Jesús que recibe. Y yo soy testigo de esa unión.
¡Qué precioso es todo esto, Señor!
A continuación le doy la Comunión y recito la bendición
de San Francisco: “El Señor te bendiga y te guarde, te muestre su
rostro y te conceda su favor, te mire con bondad y te de la paz” .
Todo es entrañable y queda como grabado en mi interior.
Para despedirme de esta hermana, la beso en la frente y
siento como si estuviese besando a una santa. Quizá no la
vuelva a ver más y esto lo vivo como mi despedida de ella.
¡Hasta siempre Margarita!
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