LA MUJER QUE DESEABA MORIR
Es una mujer entrañable, muy limitada por su edad –89
años– y por lo que a lo largo de ella ha vivido. A su lado se
encuentra su sobrina, una joven alegre y animada a estar
todos los días junto a su tía, a la que da muestras de mucho
cariño. De ello he sido testigo durante varios días en los que
me he acercado al lecho de esta mujer.
Hoy Carmen tiene mucho sueño y sus ojos se niegan a
abrirse. La sobrina me anima a pasarle a su tía, como otras
veces lo he hecho, el dedo por la nariz. Es una acción que
produce sus resultados y al poco tiempo, Carmen se despierta
enfadada y diciendo “dejarme dormir”. Al darse
cuenta de que soy yo, su rostro expresa una emergente alegría.
Yo le animo a que se duerma de nuevo y le susurro al
oído una canción de cuna que sé que no es la primera vez que
la ha oído. Es expresión de nuestra alma vasca: “Haurtxoa sehaskan”
(El bebé en la cuna). La sobrina me acompaña en el
canto y la escena es de una ternura entrañable. Cuando terminamos
de cantar y me despido con un beso en la frente de
Carmen, oigo de sus labios una expresión que me llega muy
dentro: “Eskerrik asko” –Muchas gracias–.
Hoy no le he dado la comunión a Carmen, pues no estaba
con ánimos para ello; pero esto que hemos vivido también es
comunión. Sí, con el Cristo que se expresa en una mujer tan
digna de cariño
Últimos comentarios