FIESTA DE LOS FIELES DIFUNTOS EN EL HOSPITAL
Hoy, 2 de noviembre, domingo, celebramos la eucaristía,
como todos los domingos, en el hospital.
La capilla en la que se celebra es un lugar muy acogedor,
expresa una vetustez que invita a orar. Todo está construido
en madera y el Cristo negro que se encuentra en el lateral izquierdo,
es una imagen que impresiona y a la que mucha
gente ha expresado tantos temores, deseos, esperanzas, miedos
y gozos.
A lo largo del año hemos ido tomando datos sobre los familiares
de aquellos difuntos con los cuales, mientras vivían entre
nosotros, hemos tenido un contacto mayor en cuestiones de fe
y desde ella celebramos la unción de los enfermos –unos 40–.
Pocos días antes hemos enviado una carta a estas familias,
invitándoles a celebrar la eucaristía, en recuerdo de sus seres
queridos, con nosotros.
Nuestra capilla, que normalmente los domingos no presenta
una presencia mayor de 30 personas, hoy se encuentra
llena de gente. Rostros conocidos y personas con las que
hemos estado y seguimos en cierta manera, tan cercanos y
compartiendo tanto.
Presido la eucaristía, pues Eduardo –que normalmente lo
suele hacer– está enfermo. Conforme va transcurriendo la
celebración me voy fijando en los presentes y encuentro en
sus rostros lágrimas de amor a los que ya se fueron. Hay
mucho cariño expresado así. Realmente, la vida y la muerte,
paso que todos tendremos que atravesar antes de llegar a la
plenitud, nos dice con fuerza que nuestra vida tiene sentido.
El Padre Nuestro lo oramos con nuestras manos unidas.
Así expresamos nuestro sabernos hermanos y hermanas, unidos
en confianza a nuestro Padre y Madre
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